Lecciones aprendidas

Jorge Enrique Adoum, en ‘Ecuador: Señales particulares’, describió con frases que traducían un angustioso reclamo de cambio a un pueblo caracterizado por la “abolición del futuro… un país transitorio que vive al día”. En el cual nadie es capaz de ver “más allá de la semana próxima, del año próximo” con gobiernos y políticos cuya visión de porvenir se agota en las “lecciones inmediatas”.

Esa visión cortoplacista es fruto de la desmemoria de un país que tropieza reincidentemente con la misma piedra; que no aprende de experiencias como las de octubre de 2019, que se reeditaron, en lo esencial, tres años después, por la acumulación de frustraciones de una mayoría devastada por la pandemia y por la inacción de un Estado paralizado por la corrupción de sus instituciones fundamentales;  la dirigencia de la Conaie y de otras organizaciones que, lo acepten o no, o  se dejaron utilizar o fueron parte de la conspiración golpista; un expresidente que fraguó el fallido de golpe de Estado contra Lenín Moreno y volvió a fracasar en esta ocasión, desesperado por retomar el poder  y lograr la impunidad; los movimientos de Derechos Humanos que alientan la violencia  al arremeter contra la fuerza pública que protege a la sociedad de actos vandálicos y terroristas; una Asamblea mediocre y conspirativa que amnistió sin discrimen a los  violentos de 2019 y ahora pretende llamar a juicio político a los ministros que defendieron la paz y la democracia; los comités de defensa de la revolución con tácticas y técnicas subversivas debidamente codificadas y entrenadas, que terminan como fichas útiles para políticos que han devaluado al extremo los términos de socialismo y progresismo.

En positivo, la diferencia la ha marcado la sociedad civil o una parte de ella que, con banderas blancas, salió en manifestación multitudinaria a defender la paz y la democracia, exigiendo una solución negociada del conflicto; en el mismo sentido, la Iglesia católica, con su oferta de mediación que dignificó una negociación convertida en farsa; y,  la fuerza pública, cuyos miembros, con la cartilla de los Derechos Humanos en la mano, cumplieron la misión con el uso mínimo indispensable de la fuerza.   Bien por ellos.