Lasso, socialista

El presidente Guillermo Lasso se ha demostrado, hasta el momento, muchísimo menos fundamentalista de lo que se esperaba. Varios de sus simpatizantes y colabores de larga data perciben en esto un signo de debilidad; esperaban que el presidente entrase con el mismo brío y la misma indolencia con que un gerente sabelotodo asume una empresa en problemas; que despidiera y destruyera a mansalva, y que ordenara y reconstruyera rápido y por decreto. No es posible.

La mayoría del país es colectivista y desconfía del poder económico, y Ecuador es un país constitucional y estructuralmente socialista. Cualquier intento de irse de frente contra ello es políticamente estéril y electoralmente suicida, y Guillermo Lasso —hombre, blanco, católico practicante, millonario y banquero— ha sabido reconocerlo con rapidez y sensatez admirables.

Sin embargo, cabe preguntarse si es que, así como ha sabido reconocer la voluntad de la amplia mayoría de los ecuatorianos, será capaz de aceptar que son las minorías encaprichadas — sectores tanto de empresarios y burócratas como de indígenas y de sindicalistas— las que insisten en conducir al Estado al abismo con su intransigencia. El nuevo momento histórico del país exige un cambio estructural y, en democracia, el electorado tolerará apenas un cambio gradual. En algún momento, el jefe de Estado deberá imponerse tanto sobre quienes quieren un cambio demasiado abrupto como sobre los que no quieren cambiar nada. Para ello, así como supo dejar a un lado la intransigencia ideológica, deberá dejar a un lado la vanidad y aprender a llegar a acuerdos con los líderes políticos que son razonables y transparentes en sus demandas, la mayoría.

En una conversación entre jefes de Inteligencia, perennes custodios del Estado, el sabio Yuri Andropov le dijo una vez al genial general alemán Markus Wolf: “cuando alguien llega al cargo de secretario general usted dispone de aproximadamente un año para influir sobre él. Cuando su propia gente lo rodea, le dice que es el individuo más grande que ha conocido y aplaude todas sus iniciativas, y entonces es demasiado tarde”. Estremece pensar en lo que pasará si Lasso, que ahora ya es presidente de un país y no un mero mecenas de fanáticos, queda en manos de “su propia gente”.

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