¿Lasso con fecha de caducidad?

El Estado ya simplemente no existe; las instituciones, lejos de ser independientes, son entidades sujetas y subyugadas al presidente de turno. Ecuador está muy mal. Las autoridades y sus actores sociales —todos— han fracasado.

Pero lastimosamente el protagonista de la derrota estatal e institucional es el Presidente de la República, quien, lejos de arreglar al país en los primeros 100 minutos, lo sigue decepcionando. Hace falta un cambio de ruta urgentemente. Es más, ni siquiera hay ruta y nadie sabe a dónde nos dirigimos.

Guillermo Lasso hoy representa el continuismo del nefasto gobierno de Lenín Moreno, quien fue, además de cínico y despiadado con la población durante uno de los peores momentos históricos atravesado por el país, un cero a la izquierda en términos de política pública. No hizo nada.

Lasso debe urgentemente retomar su identidad, la que le permitió ganar las elecciones, pero está empeñado en no hacer nada. Él tampoco hace política pública, que es lo que más le interesa a la ciudadanía. Hace falta inyectar liquidez a la economía nacional, interesarse menos por los pactos con el FMI y poner su mirada en la población, que hoy está abandonada justamente donde más atención necesita: seguridad, sanidad y trabajo. Pero el Gobierno es absolutamente impotente frente a estos ejes, que son los que pueden llevarle a su ocaso. A la gente no le interesa lo que le conviene a los políticos; a la gente le interesa que se resuelvan sus problemas cotidianos, pero esto no lo saben en Carondelet.

Por esto me atrevo a decir que, sea cual sea, el pacto que tiene el actual Gobierno con distintas fuerzas políticas no le conviene, puesto que seguramente ya no está negociando la gobernabilidad sino su continuidad en el poder. Este sería un objetivo muy triste, que decepcionaría a propios y extraños, quienes en su momento creyeron que Lasso iba a modernizar y dinamizar la economía ecuatoriana.

Hoy, en cambio, Lasso es rehén de sus mismos errores y está pagando un precio altísimo en términos políticos, pues perdió hasta lo imperdible: su voto duro.

Esperemos que reaccione antes de que las protestas y los reclamos se vuelquen a las calles. Allí, muy pocos estarán dispuestos a respaldarle.