Las excusas se van acabando

El Gobierno duerme en los laureles del control del coronavirus. Mas la brutal violencia en las calles y en las cárceles parece tenerlo contra las cuerdas. Por añadidura, en la economía hay luces y sombras. Hay más ingresos fiscales y los déficits presupuestarios se reducen, pero el desempleo y la pobreza son visibles. En el escenario de la política doméstica, cualquier repaso produce indignación.

Una cosa son las intenciones generales y otra este cuadro desalentador. La libertad sigue empantanada en la demagogia, la ineptitud y la mediocridad de los actores políticos y sociales, sazonado todo con una tradicional dinámica sectaria que impide llegar a consensos, aunque solo sean mínimos, sobre cualquier cosa.

El progreso existe, pero más lento de lo que nos gustaría, pese al insulto, la amenaza y la acusación falsa. El Presidente habla de más de un centenar de proyectos en carpeta, pero lo urgente es que se ejecuten. Si hubiese el empleo que esos proyectos generarían, los indicadores de violencia bajarían, así como la pobreza y la pobreza extrema. Como sostenía el viejo Carlos Marx, en la economía todo se asienta.

El porvenir económico está en reforzar los sectores claves, en innovar y crear nuevos. Cuando se carece del coraje suficiente para afrontar los problemas resulta que nunca es buen momento para resolverlos. Sin embargo, se tiene la impresión de que el Presidente y sus colaboradores no pueden o no saben, no les dejan o no se sienten con fuerza.

De Lasso se podría decir que, como al político norteamericano Thomas Paine, sus enemigos le odian por sus virtudes, no por sus defectos. Y sus defectos están a la vista: no logra reunir a su alrededor un equipo eficiente. Se dice mucho, pero es poca la ejecutoria visible y palpable. La gestión que se hace debe ser útil. Se vive una sensación de que cualquier desastre de cualquier tipo puede pasar en cualquier momento.

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