Las cámaras apagadas

Siento un profundo respeto por los profesores universitarios que han debido dar clases virtuales durante la pandemia. No es mi caso, pero sí el de mi esposo. Cuando cruzo por su lugar de trabajo me fijo en si las cámaras de sus alumnos están encendidas. Pero no, la mayoría están apagadas. ¿Cómo puedes impartir una cátedra así? le cuestiono. Él con resiliencia me asegura que no puede obligarlos a que las enciendan. “Dicen que la conexión se vuelve inestable si lo hacen”. Y sí, no dudo que en algún caso sea un tema de conectividad. Incluso hay estudios cualitativos de otros países que han recogido otras causas para las cámaras apagadas: vergüenza y desmotivación. Pero también hay tantos otros que simplemente no quieren participar activamente.

Me dirán que soy una mujer de poca fe. Pero a la mayoría de los chicos me los imagino en pijama, desperezándose y todavía metidos en sus camas. A veces pienso que mi esposo le habla al viento porque seguramente no faltará quien esté poniéndose al día con su serie de Netflix, mirando videos en YouTube o chateando con su pareja.

Si esos mismos jóvenes, antes de la pandemia, tenían que levantarse muy temprano, bañarse, vestirse y trasladarse a la universidad en transporte público o privado, ¿por qué ahora no pueden acicalarse lo suficiente para recibir las clases desde su hogar? Pienso en esas madres y padres de familia que hacen un gran esfuerzo para pagar los estudios de sus hijos, pero ellos no son recíprocos con ese esfuerzo.

Por mi parte, no me imagino presentado una propuesta o un informe a un cliente con la cámara apagada. Por respeto la enciendo. Claro que reconozco que, en reuniones extendidas alguien se excusa y apaga su cámara, y luego la vuelve a encender. Durante clases podría ser igual. Me preocupa que hasta que recuperemos al 100% la normalidad (si es que la recuperamos) las generaciones más jóvenes se hayan perdido completamente la posibilidad de dar la cara y hacerse cargo de sí mismos.

Twitter: @lobylolita