Un articulista se refirió hace pocos días a esa violencia aparentemente inocua. Lo hacía dentro del contexto de la política; allí los opositores pueden expresar su descontento de muchas maneras, el primero es a los gritos. Pero si se profundiza un poco en diferentes estudios sobre la naturaleza humana, se comprende la íntima relación entre las palabras y las acciones. De los gritos destemplados y agresivos se pasa con facilidad a los hechos violentos. Esta constatación no viene tan solo de la psicología o de la etología, sino de la historia: las “Listas de proscritos” en tiempos del dictador Sila en Roma abrieron la puerta a los asesinatos de opositores (porque el papel también puede agredir a gritos, ¡sí señor!); el Terror de la Revolución Francesa fue precedido por la violencia verbal de los tribunos jacobinos; las matanzas horrendas de los nacionalsocialistas sucedieron después de los discursos desaforados de su líder, Hitler; en nuestro país, la “Guerra de los Cuatro Días” fue la consecuencia de ciertas proclamas envenenadas en el Congreso; y los ejemplos pudieran seguir.
Por esta razón debemos estar siempre en guardia frente a declaraciones aparentemente pacíficas, pero preñadas de malas intenciones; poco a poco puede renacer el odio y el afán de destruir, abonado por los gritos que presuntamente llaman tan solo a la reinvindicación y a la justicia. Tengamos los oídos abiertos ante las manifestaciones de teorías que siguen la vieja consigna marxista de que “la violencia es la partera de la Historia”; no nos dejemos engañar por ciertos pacifismos (los viejos no olvidamos la conocida “Paloma de la Paz” de Picasso, auspiciada por el tan pacífico Stalin) encubiertos en campañas culturales gramscianas, porque esconden el dogma de “la lucha de clases” presente también entre los mariateguistas, cuyas obras vemos en estos días, pues la zorra muda de pelos pero no de mañas.
Dice nuestra gente con sabiduría: “Guerra avisada no mata gente”, estemos atentos a los gritos, detrás de ellos vendrán los palos.
Debemos estar siempre en guardia frente a declaraciones aparentemente pacíficas, pero preñadas de malas intenciones