La necesidad de una habitación propia

Lorena Ballesteros

La lucha por la igualdad de género es una causa que, año tras año, gana batallas en lo laboral, en lo social e incluso en lo literario. La recuperación de la obra de autoras como la danesa Tove Ditlevsen, que ha sido traducida al castellano por la editorial Seix Barral, evidencia el arduo camino de una mujer para consolidarse como escritora en las primeras décadas del siglo XX.

Ditlevsen, en su libro ‘Juventud’, el segundo de ‘Trilogía de Copenhague’, hace referencia a la necesidad de tener “un cuarto con una cama, una mesa y una silla, con una máquina de escribir o un cuaderno y un lápiz, nada más. Bueno, sí, una puerta con pestillo”. Ese pedido es una clara alusión al ensayo ‘Una habitación propia’, publicado por Virginia Woolf en 1929 y que se convirtió en un texto fundamental para la causa feminista.

Han pasado casi 100 años desde que Woolf publicó su ensayo y las mujeres seguimos en esa búsqueda. ¡Yo también quiero mi cuarto propio! Y si bien, a diferencia de Ditlevsen, cuento con uno que tiene cuatro paredes y hasta pestillo, difícilmente puedo encerrarme en él.

Hace un año acepté el reto de estudiar una segunda maestría, esta vez en Estudios Avanzados de Literatura. Para comprometerme a dicho logro debía no solo asegurarme de ser cumplida con la asistencia a clase, la entrega de tareas, la preparación debida para los exámenes finales, la investigación prolija y desarrollo de una tesina interesante. Mi compromiso, a la par de los estudios, estaba también en generar los ingresos suficientes para pagar la cuota mensual del crédito de esa maestría, los servicios del hogar, el salario de la persona que se encarga de la limpieza, el saldo de la tarjeta de crédito, la gasolina del carro, entre otros gastos familiares. Además, mentalmente me comprometí a no fallar como madre, a no descuidar la casa y mucho menos al marido.

Durante meses mi despertador sonó a las 4:30 de la madrugada. En maratones diarias preparé loncheras, desayunos, almuerzos y hasta cenas; me exigí cumplir todos mis roles, de no descuidar otros proyectos personales, de que las plantas no murieran (casi todas sobrevivieron), de que la humedad del techo se corrigiera, de que las cañerías se destaparan, de que los uniformes estuvieran limpios…

Difícilmente pude echarle pestillo a la puerta de mi cuarto propio. Fui estudiante, madre, esposa, enfermera, terapeuta emocional, directora de hogar, escritora, consultora y hasta vendedora de artículos de segunda mano. Fue un año que me confirmó que, aunque las mujeres nos encerremos entre cuatro paredes, estamos lejos de tener una habitación propia en la cual solo demos cabida a nuestras metas profesionales.