La independencia que logramos y lo que nos falta alcanzar

Han pasado 200 años desde que nos liberamos del yugo español y 192 desde que nos convertimos en una República independiente y autónoma de la Gran Colombia. Se luchó por la oportunidad de tener un gobierno propio, con la capacidad de actuar sin obstáculos ni injerencias, a favor de los intereses de nuestra población, de forma que podamos ser libres para vivir y para decidir.

En el marco de las discusiones filosóficas entre política y libertad encontramos dos tipos de libertades que desde la política (y más en concreto, desde el Estado) deberían precautelarse: la libertad negativa y la libertad positiva. La libertad negativa es la libertad frente a la coerción y las interferencias injustificadas, como por ejemplo, ataques físicos, asaltos y el robo de lo que es nuestro y de lo que hemos producido. La libertad positiva es la que se garantiza al asegurar condiciones materiales mínimas que permitan no solo la supervivencia, sino la autonomía y posibilidad de autorrealización.

La historia nos presenta una República que ha transitado un camino convulso, con avances, tropezones y retrocesos, que aunque independiente, no ha podido crear las suficientes condiciones para construir un país de ciudadanos libres. En ambas connotaciones, las deficiencias son amplias y las inequidades también, porque, paradójicamente, seguimos siendo un país de ciudadanos de primera y segunda clase.

 Las brechas que vivimos siguen siendo un gran obstáculo para el desarrollo. Las diferencias socioeconómicas entre hombres y mujeres, entre la ruralidad y la urbanidad, y entre las distintas nacionalidades y comunidades deben llevarnos a la reflexión en este Bicentenario. Un mejor país depende de que todos tengamos la posibilidad de aportar, de que todos podamos lograr nuestro potencial. Solo con equidad podremos lograr una verdadera libertad, y desde esa libertad, construir el Ecuador que todos merecemos.