La gente vieja y la gente joven

Alejandro Querejeta Barceló
Alejandro Querejeta Barceló

Con el nombre de “Noche buena” con acierto se la ha bautizado. Con platos muy nutridos o con otros no tanto, cada familia se esmera en que sea memorable. En la tradición cristiana estamos en víspera del nacimiento del Mesías en la familia de un carpintero en Palestina, en la localidad de Belén, en un establo. Paradójicamente también los agnósticos y los ateos, la gente joven y la gente vieja, en nuestro controversial hemisferio occidental están de festejos.

Como diría un respetable escritor de nuestra lengua, hay días en que reúnen alrededor de una mesa a ricos o a pobres, a los pobres o a los malos, a la gente abierta o la cerrada, la lista o la torpe, la educada o la zafia, la noble o la canalla, la honrada o la deshonesta, la generosa o la egoísta, la de buena o la de mala sangre. En noches como las del 24 y el 25 de diciembre se produce el milagro.

Se mitigan los malos recuerdos y se aplacan los rencores. Se recuerda a los que en años anteriores estuvieron alrededor de la mesa de la cena y ya no están. Pasa entre los comensales un aire de nostalgia y se instala en ellos la inextinguible llama de la esperanza. La solidaridad con los más necesitados, los desamparados y los olvidados también se pone de manifiesto.

El Día de Navidad se recuerda al hijo de un carpintero que nació en un establo. Tal vez la persona que, con un pensamiento transformador, más ha influenciado en toda la cultura occidental. Llamó “bienaventurados” a quienes cargaban con fe, estoicismo y esperanza las tragedias cotidianas de su tiempo pero que siguen pesando sobre nosotros más de veinte siglos después.

Por unas horas, en este par de días epónimos se dejan a un lado las ideologías, las doctrinas irreconciliables y las actitudes patrioteras, y los parientes y amigos se reúnen cara a cara casi como hermanos. Un poco de entendimiento y anhelo de paz se exterioriza. Las ciudades están iluminadas y todo parece conjugarse para que alrededor de una mesa nos unamos no solo como familia o comunidad, sino como sociedad diversa en la que vale la pena vivir.

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