La degradación de los suelos

Hay una tendencia, sobre todo cuando se vive en la abundancia, a pensar que los bienes son ilimitados, que no se acabarán nunca. Ha pasado con muchos de los recursos naturales; así, uno de los ejemplos que el gran escritor y geógrafo Jared Dimond nos dejó en su libro Colapso, con relación a la extinción de la civilización de la Isla de Pascua, derivada de la sobreexplotación de los recursos forestales.

Pasa con el agua y por supuesto ocurre también con la tierra, cuando se practica agricultura extensiva, cuando no se rotan los cultivos, cuando se descuida la cobertura vegetal originaria, cuando no se alimentan los suelos con nutrientes y no se deja descansar a esa tierra luego de las sucesivas siembras y cosechas.

Uno de los factores que más degradan los suelos es la erosión, producida por una mezcla de factores como los citados anteriormente, así como por la combinación de vientos que se llevan la tierra fértil. También las corrientes de agua que vienen con la fuerza de las crecientes de los ríos, pueden producir estos efectos.

Sabemos que el peso de la población sobre el planeta es enorme. Somos miles de millones que necesitamos comer y eso no puede soslayarse, pero también estamos abusando de los recursos. No cuidamos los suelos, deforestamos en una escalada loca para producir objetos que luego se descartan con enorme facilidad, sin pensar en lo que ocurre con temas tan recurrentes como la contaminación.

El cambio en el estado del suelo por la intervención antrópica ocurre en todo el planeta. Cada vez son menos las tierras fértiles y las que existen se sobreexplotan con la consiguiente pérdida de capacidad de producción.

Los gobiernos deben estar atentos a estas situaciones, así como al avance de la desertificación, pero también deben estarlo los agricultores, grandes y pequeños, los ganaderos que saben que donde el ganado pasta difícilmente se pueden producir otros bienes.