La cultura de la violencia

Los recientes motines en las cárceles, la cantidad de muertos y heridos, nos deja una herida social y moral, la constatación de que nuestra sociedad está mal, tiene un proceso de corrosión que augura un futuro con pésimo pronóstico.

Buena parte del problema está en la baja o nula formación moral de la población. Nos estamos acostumbrando a pensar que todo vale con tal de satisfacer las ambiciones y ansias de dinero; vale incluso robar, estafar, calumniar, mentir, hasta llegar a la muerte o a la mutilación de los otros.

El proceso educativo es clave, la necesidad de fortalecer a la escuela y el hogar, ese binomio inseparable, pero también en lo imprescindible de apelar a todos los mecanismos posibles para conseguir el objetivo de una sociedad más humana, más positiva. Es imprescindible desarmar la palabra, evitar la violencia en el uso de términos con los que nos referimos a los hijos, a las mujeres, a la pareja, a los alumnos, en general a los otros.

La violencia en la televisión, tanto nacional como por suscripción, ahora también llega a través de Netflix y redes sociales, que van marcando el estilo de las tendencias y modas, en las que entra también el uso de vocablos ofensivos y grotescos, que envilecen a las personas y al trato que tenemos con ellas.

La corrupción es fruto de la permisividad que permea todo el aparato público, y las cárceles no son la excepción. No hay explicación válida para las armas que se encuentran en las prisiones, el uso de sustancias prohibidas, de dinero y de teléfonos celulares. Los controles no son suficientes, se compra a los guías y a quienes dirigen los centros penitenciarios.

Hay que colocar personas intachables, capacitar a los celadores y hacerles ver que no hay espacio para la impunidad, porque los jueces y autoridades tampoco se venden.

¿Tendremos algún día un Estado en el que esto sea posible?