La cultura de la pobreza

Alejandro Querejeta Barceló

Como nunca antes, la necesidad de evidenciar la visión prospectiva, de asumir el llamado ‘hecho profético’, es uno de los reclamos mayores. Sin dudas, el futuro puede ser sujeto de predicción, de imaginación y aun de la fantasía. Quizás sean estas las herramientas de todo aquel que se proponga planificar de alguna manera la vida del país para los próximos años.

En materia de medios de comunicación se presentan enormes dificultades. Están conectados, a la manera de vasos comunicantes, con dos entes sumamente dinámicos: la sociedad y el desarrollo científico y tecnológico. Pero hay algunos rasgos que permiten, a la manera de un Isaías, avizorar o “profetizar” acerca de lo que nos tocará vivir.

El progreso incesante, el ensanchamiento del mundo, la ley según la cual todo se multiplica, es un proceso de desarrollo y diferenciación al que no se le puede fijar un ‘hasta aquí’. Nos esperan experiencias físicas, psíquicas y religiosas inimaginables, infinitamente variadas. Mas en este proceso de desarrollo incesante hay un hecho desolador: ricos y pobres viven en distintos mundos. Los ricos opinan que pueden resolver los problemas de los pobres dándoles un poco de arroz —tal es la manera de presentarse las cosas en Ecuador— pero eso no cambia el destino de los pobres.

 En Ecuador muchos se sienten amenazados. ¿Son útiles los medios de comunicación para quien no ve una luz al final del túnel? En lugar de considerarlos como instrumento de poder o del poder, es necesario tenerlos como espacios donde se desarrollen de cierto las relaciones de poder y de contrapoder.

La pobreza no es solo un estómago vacío. Es una situación y una cultura. El hombre pobre es un hombre que no ve salida ni futuro. Pero un hombre con hambre crónica no plantea exigencias y jamás luchará por nada. ¿Para qué le sirven, por ejemplo, los medios de comunicación?

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