La correspondencia y otras nostalgias

Hace poco terminé de leer la novela ‘Last Letter from your Lover’ (La última carta amor) de la británica Jojo Moyes. Narra la historia de un amor imposible, en los años sesenta, que queda documentado a través de la correspondencia que los amantes sostuvieron durante su romance prohibido. Cuarenta años después, una periodista encuentra las cartas y se dedica a investigar qué fue de aquella pareja. Se obsesiona con reconstruir la historia y anotarse un puntazo con su editora. No les voy a contar el desenlace porque arruinaría la intriga. Si no son lectores, hay una adaptación disponible en Netflix.

Lo cierto es que esa trama no ha salido de mi sistema. No porque sea una joya literaria, sino porque tocó un tema que desde hace tiempo me viene dando vueltas. Dentro de algunos años desaparecerán las generaciones de la correspondencia y nos quedaremos únicamente con la de los emails y las redes sociales. Yo estoy entre ambas. Hasta mis 16 años escribí cartas a mano para mis amigos que vivían en el extranjero; incluso para mis primeros novios. ¡Todo lo que se podría descubrir a partir de esas letras!

Incluso para escribir novelas, ensayos, guiones cinematográficos, inspirados en una época o personajes, se ha recurrido a fuentes primarias como la correspondencia. De la lectura de cartas se ha obtenido información valiosísima sobre relaciones personales, sentimentales o laborales. Tramas de espionaje se han inspirado a través de la correspondencia entre políticos o militares.

Es por lo que, con el afán de seguir en la lectura epistolar encontré otra novela, esta vez ambientada en el primer cuarto del siglo XX. En ‘Last Christmas in Paris’ (La última Navidad en París) la trama se va construyendo exclusivamente por el intercambio de correspondencia entre todos sus personajes. Se sitúa durante la Primera Guerra Mundial y Thomas escribe desde las trincheras a Evie, la hermana menor de su mejor amigo que ha fallecido en el frente. Evie, impotente ante la situación del conflicto bélico comienza a publicar su sentir en una columna periodística. Las voces del editor del periódico, de la mejor amiga de Evie, de Will, el hermano que fallece, y la madre de Evie muestran con crudeza los horrores de una guerra que debió durar pocos meses y que terminó arrastrando por varios años a todo un continente.

Me pregunto cómo se reconstruirán las historias dentro de 100 años si las bandejas de correos electrónicos se vacían constantemente. ¿Qué sucederá cuando Mark Zuckerberg apague Facebook e Instagram? ¿En qué nos basaremos para reconstruir vidas ajenas si son pocos los que llevan diarios y no agendas digitales? Es curioso, pero no puedo evitar la nostalgia. Después de leer estas novelas he decidido que comenzaré a escribirle cartas a mi hija, a mi esposo, a mis padres… Quiero dejar constancia de mis sentimientos grabados de mi puño y letra.

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