La pandemia llegó, se incorporó y se dedicó, después de provocar cambios dramáticos y acelerados, a pedir cuentas, creando más confusión y ansiedad. Pero, en medio de ese descontrol y emergencia, trajo también desafíos que han ayudado a repensar lo que hasta aquí hemos realizado y por cierto, a reflexionar sobre lo que debemos hacer.
Lo escrito, es válido para tratar sobre el tema más importante para el desarrollo de la sociedad: la educación y la necesidad de cambios.
Hablando de innovaciones, la pedagoga Inés Dussel, en un conversatorio: “La clase en pantuflas”, planteó algo que tiene que ver con el cierre obligado de las escuelas, preguntó: ¿qué cambia en la clase, cuando los maestros están en su casa y los chicos en la suya?, ¿qué pasa con nuestras pedagogías?, ¿será bueno o no mantener la escuela a distancia?, ¿ésta será la educación del futuro?
Las respuestas: se formarían escenarios distópicos; o sea, ambientes hipotéticamente indeseables, simplemente deshumanizados y ficticios, con el peligro de desarrollar aprendizajes obicuos; esto es, presentes en todos lados, obligados, sin tomar en cuenta los diversos contextos físicos y culturales del mundo, incluyendo la desigualdad lacerante entre regiones y habitantes. Insistió: ¿esa es la educación que queremos?
Desde ese posible descontrol, reflexionemos sobre otro desafío, exigir un nuevo liderazgo social, clave no sólo para la sobrevivencia. Un liderazgo resiliente que tenga la capacidad, aparte de planificar y guiar, de enseñar con suficiencia como sobreponerse a momentos críticos para superar la adversidad.
Deseamos líderes: políticos, gobernantes, ministros, docentes que lleguen no sólo con enseñanzas de conocimientos, sino también con soluciones para que desaparezcan: desigualdad, injusticia y pobreza.
Cuantos oscuros “líderes” han dirigido la educación ecuatoriana, más en estos últimos 14 años, sólo adherentes a turbias propuestas ideológicas. Ya es hora, elijamos ecuatorianos que nos conduzcan hacia un futuro felizmente ideal.