La bronca entre artistas

La semana pasada dos músicos entonaron unas notas disonantes: el primero envió una partitura airada y acusadora, mientras el segundo le respondió con un bemol; ahí se armó la Parada de los Bichos, obra humorística que se basa en el Carnaval de los animales, de Saint Saens, compuesta y ejecutada por los maestros Les Luthiers.

Pero en sí, la bronca no es el punto porque luego de disculpas y de presentarse los bandos claramente identificados, ambas partes sacaron algo en común: la precariedad del sector musical, en este caso, que no difiere de la que existe en los sectores teatral, literario y de otras artes.

¿Quién tiene la culpa? “El capital”, dirán unos; “el Estado”, dirán otros; “el público que no consume lo nuestro”, afirmarán otros tantos; o “la falta de inversión privada”. Todos tienen razón, porque no existe industria cultural ni creativa, no hay economía naranja o como quieran llamarla desde el marxismo o el liberalismo. Aquí en el país seguimos pensando que hacer libros es de quijotes amantes de la edición. ¿Por qué no pensar que también es una industria que demanda especialización? Lo mismo en la música, que debería desarrollar bandas sonoras para cine, para series de tv, para documentales.

La bronca de los músicos dejó en claro que la precariedad también tiene que ver con la forma de producir y concebir los productos culturales. Esta bronca es un coletazo de lo que sucede en la elección de la CCE Pichincha y cómo los funcionarios culturales se creen dueños de los espacios y olvidan que, igual que un asambleísta, apenas están de paso.

El país requiere de iniciativas para la cultura y las artes que no sean pasajeras, sino que sienten las bases de una industria real para que los productores, editores y demás dejen de ser mercachifles que hoy venden discos o libros, y mañana licor, chifles o caramelos. Y que evite que los artistas también terminen haciendo lo mismo para sobrevivir.