La Asamblea nos representa

Muchos viven inmersos en la ilusión de que hay cientos de ecuatorianos capaces, honestos y convencidos de los ideales de la democracia liberal y del capitalismo, listos para tomar el control de la política nacional. No es así. No existe esa masa de compatriotas —no solo porque escasea la gente honesta y capaz, sino porque esa forma de pensar es extremadamente minoritaria en nuestro entorno— y, si es que existiese, sería severamente derrotada en cada elección.

Aunque nos duela, la Asamblea Nacional es una fiel representación de nuestro país, tanto en lo ideológico como en lo cognitivo y lo moral; de eso se trata la democracia. Que toda propuesta liberal y modernizadora del presidente Guillermo Lasso se estrelle contra las negativas del Legislativo es lógico y predecible. Las tres principales fuerzas de la Asamblea —94 de 137 asambleístas, en un inicio— son partidos abiertamente de izquierda. Quien está fuera de sintonía es el primer mandatario, no los legisladores.

Una minoría crónicamente horrorizada ante esta realidad insiste en la ‘muerte cruzada’ con la misma ligereza con que antes conducía golpes de Estado. Como saben que el resultado de una nueva elección sería probablemente el mismo pero sin Lasso, proponen reformas a la Ley Electoral. Quieren repetir la fallida receta de los ochenta y los noventa —secuestrar el poder restringiendo la participación política y agudizar la ‘oligarquía de partidos’— que precipitó la debacle.

El ecuatoriano, en su actitud hacia la desigualdad, el riesgo, la competencia y el Estado, dista mucho de ser un pueblo liberal de corte anglosajón con el que tanto sueña un sector del país; y esa realidad no puede cambiarse súbitamente. No es que, de golpe, Ecuador se tornará una república hiperpresidencialista liberal. ¿Cuántas elecciones más necesitamos para comprenderlo?

Ni la muerte cruzada ni la consulta popular ofrecen grandes cambios. Sin embargo, una nueva Constitución, que parta de aceptar esos elementos de la ‘ecuatorianidad’ y se enfoque en producción, crecimiento y trabajo —en lugar del festín de derechos y novelerías financiados con petrodólares que es la abominación de Montecristi—, representa una opción esperanzadora.

[email protected]