A un año del magnicidio

Kléber Mantilla Cisneros

Negar un homenaje por la muerte de Fernando Villavicencio no es un asunto de fanáticos, periodistas amigos, influencers o activistas de derechos humanos; es una lección de recuperación de patriotismo y resistencia de un país que se niega a desaparecer. Es un grito a las élites políticas y económicas: la reivindicación moral y física a ritmo de pasillo atribulado que solo los semidioses pueden valorar y enaltecer. Los ecuatorianos debemos reflejarnos en las medallas de Daniel Pintado, Glenda Morejón y Lucía Yépez, obtenidas en los Juegos Olímpicos de París. Son los únicos artífices de la esperanza generacional de la tierra que amó Don Villa. Ellos son dignos vencedores contra el poder de la mafia legislativa asesina, la corrupción enquistada y el narcotráfico que destruye a nuestros niños y jóvenes.

Un cuencano, el marchista Daniel Pintado, fue el primero en triunfar dos veces debajo de la Torre Eiffel, demostrando versatilidad y seguridad como las denuncias de un gran líder que fue asesinado para evitar que fuera presidente. El andarín glorioso cumplió el objetivo de ganar la presea dorada y la de plata. Un verdadero abanderado agitando en las calles de una Europa llena de migrantes, de pueblos ausentes de sus territorios porque unos sanguinarios tiranos los están matando. ¿Maduro y Correa, juntos, cuántos muertos ya suman? ¿Millones limpiando parabrisas y cruzando la selva del Darién no son suficientes?

La lección del deporte es un contrapeso activo ante cualquier tirano o aprendiz criminal. Es un rechazo al correísmo-madurista, a la parsimonia de socialcristianos y Pachakutik, a la torpeza del villano que reniega de un homenaje al paladín Don Villa porque lo había delatado. Ese inepto criminal que no logra devolvernos la paz ni la tranquilidad con sus sueños de campaña. La imbabureña, Glenda Morejón, triunfó, y el éxito habita en los hogares que enfrentan desigualdades: en la falta de oportunidades. Un respeto irrestricto a la constancia y al sacrificio por procurar la equidad de familia y crear un momento de feliz encuentro. Las hijas de Fernando, padre de todos, lo saben.

Promesa cumplida, rendimiento físico, constancia, salud integral y mucho esfuerzo. Lucía Yépez, nacida en el olvidado Mocache, de Los Ríos. No de sangre sino del sitio de una esperanza. La campeona de lucha libre de 22 años triunfó para construir una sencilla vivienda familiar. Así son nuestros héroes: La Tigra, el Chito Vera o Richard Carapaz. Ellos son quienes escriben un Olimpo de ilusiones y vencen la impunidad; ellos son el orgullo de dejar el nombre de Ecuador en lo más alto del cielo. El mejor homenaje al año del magnicidio de Fernando Villavicencio. Gracias, campeones.