Juicios prematuros sobre Cuba

Los fundamentalistas del mercado y defensores a ultranza de la democracia liberal han impuesto una versión equivocada sobre la caída de la Unión Soviética que, tras dos décadas, ha resultado muy dañina. Según ellos, la URSS fue derrotada en la Guerra Fría. Afirman que la baja productividad soviética no le permitía enfrentar el costo que la carrera armamentística en el mundo bipolar requería. Según esa tesis, al verse obligado a destinar ingentes recursos al campo armamentístico, el régimen soviético sometió a sus habitantes a grandes privaciones, lo que condujo a la pérdida de popularidad y posterior derrumbe del sistema comunista.

Semejante apreciación es apenas una expresión de la devoción más religiosa que racional que tienen los defensores de Occidente contemporáneo por los mercados libres y las sociedades abiertas. Si es que el derrumbe de la URSS hubiese sido el resultado de un proceso tan paulatino y lógico como el anteriormente descrito, hubiese sido fácil predecirlo de forma certera. Sin embargo, no fue así; al contrario, tomó por completa sorpresa a las principales mentes e instituciones del planeta. También, de ser eso cierto, hubiese sido fácil inducir y propiciar el desmoronamiento, pero, en lugar de ello, trillones de dólares malgastados a lo largo de décadas en infructuosos intentos de desestabilización dan fe de que no fue así.

El fin del imperio soviético, visto con ecuanimidad, fue principalmente el producto de un golpe interno. Su resultado inmediato fue un caos macabro, un expolio abominable, mantenido a sangre y fuego por el puñado de oligarcas que se beneficiaban de él a costa del resto de la población. La consabida democratización y liberación rusa ni siquiera se ha producido aún. No fue una derrota militar ni una derrota económica, sino una derrota política autoinflingida, y el mundo sería un mucho mejor lugar si es que Occidente entendiese eso.

Es un error creer que las sociedad humanas tienden, inexorablemente, a la democracia y que cualquier otro sistema es apenas producto de la represión. Entender eso permite cultivar y proteger la democracia, como debe ser, en lugar de apenas abrazar la autocomplacencia de los fanáticos.

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