Resignaciones

Jorge García Guerrero

El año termina y, con su partida, ojalá también se desvanezca esa sensación de apatía con la que nos hemos arropado. Es urgente alejarnos del quemimportismo colectivo heredado de la pandemia, de la que salimos rasguñados o golpeados, solo para caer en la crisis provocada por los violentos que se han ido apoderando de buena parte del país.

Son las ambiciones de unos y la arrogancia de otros las que, en un contrapunto sincrónico, juegan a “policías y ladrones” o “perros y venados” sin dejarnos saber quién es quién. Y si eso es preocupante, lo verdaderamente peligroso es que estamos aceptando ese estado de cosas como algo normal, de la misma manera que aceptamos la corrupción, el maltrato intrafamiliar o la decadencia de la Asamblea.

¿Será acaso que la desidia nos acompaña desde el nacimiento de la República? ¿Por qué no lo habíamos notado en cada “así mismo es”, “no pasa nada” o “Dios proveerá” que pronunciamos antes de tomar esa decisión que sabemos nos afectará toda la vida?

Somos un país de indecisiones, de tareas a medio hacer, de procesos inacabados y sueños abandonados. Vivimos en el “ahí se quedan”, el “conmigo no cuenten”, el “eso me pasa por pendejo” y el “bienechito por metido”, frases que nos apartan de la participación en las decisiones públicas, delegando lo importante a quienes no demuestran ni buena intención ni mérito. Esa ausencia deja vacíos que terminan ocupados por quienes responden únicamente a sus ambiciones y pecados. Así, hipotecamos el orden, la seguridad y el bienestar colectivo.

Es esa misma desidia la que está vaciando, por tercera vez, el país. La vemos en los jóvenes que abandonan el campo para llenar de ponchos rojos y anacos oscuros las ciudades extranjeras. Lo incierto los expulsa, lo precario los convence de que el desarraigo les traerá la vida digna que anhelan. El malestar los moviliza, la necesidad los guía. Al fin y al cabo, qué importa si “así mismo es”; total, “Dios proveerá”.