¡Insólito!

El accionar político es (debe ser) guiado por ideologías que orientan a los partidos en sus procesos para alcanzar y ejercer el poder; en tal virtud, la lucha política implica una confrontación democrática de tesis sobre la naturaleza de la sociedad, el papel del Estado, la relación entre las clases sociales y las orientaciones estratégicas sobre el diseño de políticas públicas para alcanzar objetivos de interés general. Los procesos electorales permiten (deben permitir) el gran debate sobre las distintas propuestas filosóficas, políticas y programáticas de cada candidatura que representa la corriente ideológica de su partido.

La competición política implica (debe implicar), además, la confrontación democrática de posiciones sobre cómo se entiende los fenómenos políticos, sociales y económicos; cómo se evalúan y se propone resolver los problemas de la vida real de los ciudadanos; qué valores y principios van a guiar el ejercicio del poder; qué orientaciones van a regir en la política internacional; en fin, todos los temas que interesan a los seres humanos en sus procesos sociales y en su realización individual.

Cuando triunfa un partido, está obligado a cumplir el programa de gobierno que sirvió para registrar a sus candidatos y a respetar las orientaciones fundamentales de la ideología proclamada en su declaración de principios. Para este fin, debe trabajar el Ejecutivo junto a la Función Legislativa y, muchas veces, para lograrlo, buscar alianzas con partidos y movimientos de orientación similar, con los cuales es posible consolidar un plan de gobierno común. En el sistema parlamentario estos procedimientos son claros, a la luz del día, porque si no se logra esa mayoría, simplemente no se puede organizar el Gobierno.

Lo inadmisible es que ideologías supuestamente ubicadas en los extremos del espectro político se junten para repartirse el poder, controlar las instituciones, impedir la gobernanza democrática y boicotear al partido que alcanzó el apoyo mayoritario en el proceso electoral. En un país donde la política y la democracia se respetan, sería insólito ver partidos de clara orientación neoliberal formando mayoría con partidos que dicen ser marxistas del siglo XXI, a los que antes combatieron con furor.