Incómodos, ellos

El pasado fin de semana escuché una historia que me dejó maravillada. Se trata del caso de Regina. Tiene ocho años y es una talentosa futbolista. Actualmente juega un torneo interno en dos equipos a la vez. Es el número 10 en el de sus compañeras, y la arquera y capitana en el de su hermano. Regina, con ocho años ha vencido una barrera de género. Al principio, durante los entrenamientos, los niños le pateaban el balón con menos fuerza, por temor a darle un balonazo en la cara. La presencia de una niña los inquietaba. El propio entrenador pedía que fueran más sutiles con Regina. Ella reclamó. Quería el mismo trato que cualquier otro jugador. Y así fue.

Al momento de inscribir ese equipo suigéneris en el torneo, también hubo reparos. ¿Cómo incluir a una mujer en una categoría de hombres? Pues fácil. Aceptando que los tiempos han cambiado, al igual que las etiquetas. Y así se hizo.

Seguramente, existen muchísimas otras historias como esta en nuestro país. La sociedad va deconstruyendo estereotipos. Afortunadamente, las nuevas generaciones rompen antiguos esquemas.

Mientras escuché esta historia, reflexioné. ¿Por qué me impacta que una niña juegue en un equipo de niños? En honor a la verdad, somos nosotras quienes llevamos años ganando espacios y ocupando lugares que se habían declarado como ‘masculinos’. En todo caso, más revelador sería que un niño juegue en un equipo de niñas. ¡Ahí estaríamos dando pasos de gigante!

Como lo señaló la propia Virginia Woolf, en 1929, en su obra Una habitación propia, al decir que “dentro de aquel complejo masculino tan interesante y oscuro que ha influido tanto en el movimiento de la mujer: ese arraigado deseo, no de que ella sea inferior sino de que él sea superior…”.

¿Todavía nos temen? Evidentemente, no se puede generalizar. Los tiempos han cambiado y los hombres también se integran sin prejuicios. Pero, sigo preguntándome ¿por qué no se inscriben más hombres en los clubes de lectura que modero? ¿Creen que el debate no estará a su altura? ¿Temen ellos no estar a la altura de nuestro debate?

En las clases de baile a las que asistí por años solo se inscribieron dos hombres. Fue magnífico compartir y aprender juntos. Y aunque ellos se divertían como los que más, su género nunca tuvo mayor representación. Ni qué decir en talleres de floristería o costura.

Al hacer este análisis queda en evidencia que definitivamente las mujeres somos más libres. Podemos vestirnos con prendas de toda la paleta de colores. Para los hombres hay tonos vetados, porque atentan contra su masculinidad. Y parece que el baile, las flores, la aguja y el hilo, las manicuras y ciertos juguetes, también se les tuvo prohibidos.

La masculinidad es un concepto que por años ha hecho que los hombres sientan temor a desencajar, a no cumplir, a no saber qué decir. Menos mal que las nuevas generaciones no se incomodan, se adaptan. Evolucionemos con ellas.