Hora de decir basta

En los años sesenta estuvo de moda el ideal socialista, la imagen del Che Guevara, la música protesta, la Teología de la Liberación, porque en 1959 se produjo la Revolución Cubana, que atrapó a los intelectuales y universitarios detrás de un pensamiento progresista que rompía las actitudes dogmáticas de una sociedad tradicional y profundamente religiosa.

Ciertamente fue una década muy particular en la que a más del acontecer revolucionario, apareció también la televisión en el Ecuador, llegó la aviación comercial y en el plano intelectual se produjo el Boom Literario Hispanoamericano, que fue un movimiento editorial sin precedentes  y aún no superado en la actualidad.

Los años sesenta marcaron profundamente a la sociedad ecuatoriana con los acontecimientos mencionados: Guayaquil y Quito se aproximaron hasta quedar a treinta y cinco minutos por vía aérea y la TV determinó la conciencia colectiva de los ciudadanos que mudaron de la radio hacia la novedad de las imágenes.

Todo esto abonó grandemente en la instauración de tres polos culturales en el país, marcados por la presencia de las tres alma mater que eran las formaban a los profesionales ecuatorianos, pues en ese entonces para ser médicos, abogados, periodistas o ingenieros, había que ir a la Universidad Central, o a la Estatal o a la Nacional de Quito, Guayaquil y Cuenca, respectivamente.

La década del setenta nos encontró con una dictadura que casi la consumió totalmente, pero al final de la misma, renació la esperanza de la vuelta al régimen de derecho, que se vivió con mucho entusiasmo ante la llegada al poder del presidente Roldós, pero gobierno tras gobierno, fuimos perdiendo la esperanza y, hoy por hoy, no solamente estamos defraudados, sino con pavor por el futuro, sobre todo, después de estos últimos catorce años, que se iniciaron con anuncios de redistribución equitativa de las riquezas, de socialismo del siglo XXI, en fin, de políticas solidarias que parecían que nos traerían días mejores, sin imaginar que la corrupción campearía de tal forma que, una conciencia colectiva aberrantemente recurrente de  gran parte de nuestro pueblo ha sido reconocer los delitos en contra del patrimonio fiscal, consolándose con la contrapartida de creer que se han hecho obras.

“Sí robó, pero hizo obras”, es un estribillo perversamente equivocado que lo repite mucha gente, en son de un falso consuelo, sin pensar que la corrupción significa la marginación a la pobreza, a la muerte por falta de salud, y a la ignorancia campante sin educación, de millones de hermanos ecuatorianos.

No nos equivoquemos otra vez y castiguemos en las urnas los ofrecimientos mentirosos, la prepotencia y la corrupción en todas sus formas.