Homenaje a Benedicto XVI

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Carlos Freile

Siendo nuestro país un desierto de pensadores profundos no llama la atención la escasísima resonancia de la muerte de uno de los intelectuales más sólidos del siglo XX, como lo definió J. Habermas, el papa emérito Benedicto XVI, de quien nuestros ignorantes profesionales solo han recibido noticias tergiversadas. En esta modesta columna doy un homenaje al maestro de pensamiento cuya huella durará por siglos, mientras haya personas interesadas en el sentido de la vida buscado con la razón sin subterfugios.

Benedicto XVI desde sus años de egregio profesor universitario se distinguió por la defensa de la existencia de la verdad, frente a los relativismos e individualismos imperantes en la posmodernidad. Fue paradójica la oposición de ciertos académicos a un discurso suyo en que defendió la vinculación debida entre la fe y la razón, algunos de ellos, si no todos, ni habían leído ese discurso y lo atacaron.

Otra cualidad suya merecedora de homenaje de toda persona respetuosa de la naturaleza humana fue su constante apología de la belleza como elemento fundante de la existencia y de toda relación entre los hombres, con la naturaleza y con Dios. Insistió, en un mundo entregado a la fealdad sistemática, en la perentoria necesidad de educar a las nuevas generaciones en el gusto por el arte en todas sus manifestaciones. El culto de lo feo en la materia nace de la ausencia macabra de armonía en el espíritu.

Por último, rindo admiración a Benedicto XVI por su combate continuo y valiente por el bien, contra el relativismo moral: a pesar de una guerra despiadada en su contra, guerra que continúa, supo ponerse en primera fila para combatir los males orgánicos de nuestras sociedades contemporáneas, sin importarle si por ello debió pagar el precio de la calumnia, del odio, de la incomprensión.

Verdad, Belleza, Bien: tres conceptos y tres realidades analizadas y aclaradas por sus maestros intelectuales: san Agustín y san Buenaventura, en la huella de Platón. Esas raíces antiguas no le impidieron tener siempre atenta y respetuosa mirada a los pensadores actuales creyentes e incrédulos; sin aceptar jamás la sumisión a la mentira, la fealdad, el mal.