Hay un tercero en la relación

Al despertar cada mañana, mi esposo gira hacia su mesa de noche, toma su teléfono celular y se pierde en el mundo de las redes sociales. La rutina se repite en la noche. ¿Por qué no soy yo lo último que mira antes de ir a dormir y lo primero al despertar? Antes de armar una pataleta de esposa posesiva, me detengo y hago un Mea Culpa. En esta adicción a los ‘smartphones’ somos todos culpables.

Reflexiono sobre las incontables veces en que hago lo mismo, que me sumerjo en mi cuenta de Instagram o que me excedo atendiendo mensajes de trabajo por WhatsApp hasta altas horas de la noche. Atontada, distraída del mundo que me rodea.

En el dispositivo móvil leemos noticias, escuchamos poadcasts, registramos el número de pasos que damos, tomamos y guardamos fotos, enviamos las tareas de los hijos, pagamos las cuentas… Así justificamos nuestra dependencia.

Pero, también es cierto que perdemos horas mirando videos de otros, dando likes a las fotos de otros, leyendo sobre las calamidades de otros. ¿Y los nuestros? Están ahí, confiando en que los videos de gatitos nos causen menos ternura que sus caricias, confiando que sus historias sean más interesantes que las que leímos en Twitter, apostando porque sus abrazos sean más reconfortantes que los 1.000 ‘likes’ logrados.

A fines del año pasado, WhistleOut realizó un estudio que revela que las personas pasan cerca de 9 años observando la pantalla de su dispositivo móvil, más de 76.000 horas de su vida -el equivalente a 8,8 años.

Tras esa horrorosa revelación, he decidido que quiero pasar los próximos 9, 20, 30 años de mi vida mirando el rostro de mi esposo y no la pantalla del móvil. Tanto recelo le tengo, que lo dejo conectado a su enchufe después de ponerse el sol y lo vuelvo a mirar a la mañana siguiente, solo después de haber recibido besos y abrazos de mi pareja. No dejaré que se interponga un tercero en mi relación.