El difícil arte de ser insoportables

Gonzalo Ordóñez

Hace un calor miserable que oprime el tórax, me animo a subirme a un bus de la línea Colón Camal. Horrible, a la altura de la gasolinera, cerca de la Avenida Amazonas, el chofer decide competir con otro retardado mental (para Cantinflas es un señor que tarda en comerse unas pastillas de menta), en algún momento se acercan al punto de golpear los retrovisores. Algunos pasajeros gritan reclamando el fin de la competencia, me acerco a la ventana y hago señas a un agente de tránsito, en la acera, que aparentemente no se percata de lo que sucede en sus narices, está demasiado ensimismado cuidando el semáforo.

Aunque mi reclamo es para el chofer, por el exceso de velocidad, quien se interpone con muecas horropitufantes y movimientos de las manos es el asistente: “bájate sino te gusta hdp”.  Trompudo decía mi abuela para caracterizar esa curiosa postura de la boca para insultar al prójimo. Bajo entre los insultos del “longo direccional”.

La palabra longo proviene del kichwa “lungu” que significa muchacho, junto a direccional sería: joven que hace señales de tránsito desde el estribo del bus a otros conductores. También tiene como función cobrar los pasajes.

Longo suele utilizarse como un insulto racista, que no tiene sentido, porque si se considera al longo como un indígena urbanizado, se puede considerar al mestizo como un español indigenizado, quiero decir que las personas pueden ser idiotas independientemente de cualquier característica que las identifique, puede ser el color de piel, la forma de los ojos, con quien te gusta tener sexo o tu filiación política, cualquier cosa puede ser un pretexto para agredir a otro ser humano.

Existe una tercera posibilidad, como dirían los mexicanos: naco, es decir, una persona sin modales, descortés y grosero en el trato.  Me recuerda algo que dice el sociólogo y antropólogo David Le Bretón cuando habla de la etiqueta corporal: “Las manifestaciones corporales asociadas a la interacción, difieren según los grupos sociales, las edades, el sexo del actor, según su pertenencia a grupos que desarrollan maneras de ser específicas” (Sociología del cuerpo). Aplicado al caso de los transportistas: la manera de ser de los conductores profesionales del transporte público y sus longos direccionales.

A propósito, un amigo motociclista me contó que un bus se le cruzó rebasando desde la vía rápida mientras, él circulaba por el carril derecho, gritó al chofer que pudo ocasionar un accidente, en respuesta este lanzó, de nuevo, el mastodonte metálico hacia la moto, mientras, el longo direccional lanzaba monedas a su casco, sí, como lee, monedas de un centavo utilizadas como perdigones. La etiqueta corporal en su brutal expresividad.

Según Le Bretón el “cuerpo reproduce en pequeña escala los poderes y los peligros que se atribuyen a la estructura social” y ese es el problema, la impunidad forma cultura: ¿cómopueden circular con esas estelas espesas de humo negro por la ciudad? ¿Cuántas sanciones recibieron este año por invadir vía, exceso de velocidad, llantas lisas, falta de mantenimiento entre otras contravenciones? ¿Qué utilidad tienen los agentes de tránsito en los semáforos?

Necesitamos cambiar el contexto para producir otra etiqueta corporal, por ejemplo: normar una adecuada alimentación, eso de “comer como chofer” es cierto, genera obesidad y varios problemas de salud si se combina con un exceso de carbohidratos, además de la falta de ejercicio mental y físico. Cuerpo sano, en mente sana.

Quizá cada línea de transporte debería tener uniforme y asistir a cursos permanentes de historia del ecuador, derechos humanos, inglés (para atender a los turistas); sobre nutrición, psicología de la familia, entre otros, como requisito para renovar su licencia cada año y así estimular una etiqueta corporal, amable, en los conductores profesionales.  Por supuesto, sin descuidar que la forma en que respetamos a los otros es una tarea de todos.