Gobernantes vitalicios

Cuando los totalitarios llegan a gobernar, sea por acciones de armas o por sus embustes con los que logran convencer a la mayoría de electores, en comicios frecuentemente amañados, es sumamente difícil que, por propia voluntad, dejen el poder. Este se transforma en vitalicio e incluso en hereditario, gracias a maniobras que llegan al cinismo.

Eso se observa en los días actuales en la embozada dictadura, a la que se pretende revestir de ropajes democráticos, que va hundiendo más, con cada día que pasa, a  la desventurada Nicaragua. “La mona así se vista de seda, mona queda”, se dice popularmente en Ecuador.

A fin de afianzar el dominio absoluto e impedir que candidatos de la oposición intervengan en las elecciones que se llevaron a  cabo hace pocos días, Daniel Ortega y su esposa, la omnipresente Rosario Murillo, con catorce años como presidente y vicepresidenta del mencionado país, se lanzaron nuevamente de candidatos en un proceso electoral que dirigieron a su antojo, con total desvergüenza. Reprimieron cualquier manifestación que no les favorecía: encarcelaron a 39 líderes opositores, entre ellos 7 aspirantes presidenciales.

Centenares de ciudadanos de tendencia diferente a esta aciaga pareja se hallan en prisión o en el exilio, incluso algunos que no son políticos, como monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, quien, ante las comprobadas amenazas de muerte, tuvo que refugiarse en Miami. Declaró: “Hay un sentimiento de tristeza y de frustración. La crueldad ha llegado a límites inhumanos, es extremadamente brutal, no tiene precedentes en la historia de Nicaragua”.

En estas condiciones, no es de extrañarse que Ortega y Murillo, en abierto contubernio absolutista, sigan apropiados de un país digno de mejor suerte, debido a elecciones de opereta, incluso bufa.