Galápagos

En un reciente viaje a las Islas Galápagos, conocimos a Polo. Un conductor oriundo de Guayaquil y que desde hace más de 35 años migró a las Islas Galápagos en busca de mejores oportunidades. Nos expresaba el miedo que tenía de volver al continente: en primer lugar, por la inseguridad que se vive hoy en Ecuador, y en segundo lugar, por el COVID-19: problemas que hoy son ajenos a las islas y endémicos de Ecuador continental.

Si bien esta reserva nacional se ha encontrado aislada del mundo para proteger sus riquezas del mundo, también lo estuvieron sus habitantes durante la pandemia. Un golpe fuerte para una población que, casi en su totalidad, vive del turismo. Esto ha provocado problemas compartidos con el Ecuador continental, como la necesidad de reactivación económica; pero también otros, que aunque compartidos, son incluso más graves y sensibles para las Galápagos: la contaminación, la pesca ilegal y el tráfico de especies hacen que su frágil ecosistema se vea aún más amenazado.

Y aunque mucho se podría decir de cómo mejorar la experiencia del turista en las Islas, por el momento, las prioridades en Galápagos deben ser dos: su ecosistema y su gente. Los habitantes son quienes en primera instancia merecen que sus necesidades sean atendidas. Una mejor calidad de vida para ellos se reflejará en una mejor capacidad para salvaguardar el patrimonio y dar mejores servicios. Por otro lado, el cuidado que merecen las islas, requiere considerables recursos, tanto monetarios como técnicos.

A esto se le suman nuevos retos. Solo por citar dos, tenemos la acertada decisión de ampliar la reserva marina por un lado; y por otro, los riesgos que el cambio climático representa para su biodiversidad. Entender y responder a las necesidades de las Galápagos hoy, será lo que asegurará su patrimonio a futuro.