Tiempos de sequía

Franklin Barriga López

En Roma, en el monte Aventino, se localizaba el templo en honor a Ceres, diosa que llevaba en la cabeza espigas de trigo, al igual que en su mano derecha, mientras que en la izquierda sostenía una antorcha encendida.

Esta deidad, corporizada también con larga túnica blanca y una diadema de especies vegetales, representaba a la agricultura, a la fecundidad, al progreso, ya que se creía que enseñó a los seres humanos a cultivar la tierra y elaborar pan. De ella proviene el nombre cereales. Se le empezó a rendir culto, siglos antes de Cristo, cuando una dilatada hambruna azotó territorios del imperio. Para que exista agricultura es necesario que haya agua, elemento sustancial para la vida.

Los tiempos de sequía son devastadores. Una muestra de ello es lo que escribió la profesora Susanne Hakenbeck, de la Universidad de Cambridge: “El clima altera lo que el contorno puede ofrecer y esto puede llevar a la gente a tomar decisiones que afectan a su economía y a su organización social y política. Tales decisiones no son sencillamente racionales, ni sus consecuencias son necesariamente acertadas a largo plazo”. Se reconoce que “la sequía provocó la invasión de Atila que llevó al fin de Roma”, publica Europa Press.

En la era actual, las prolongadas carencias de lluvia -de por sí grave fenómeno- no solo afectan directamente a la agricultura, sino a la generación de energía eléctrica, la que proviene, en alta proporción, de fuentes hídricas. La fuerza del agua es convertida en esta energía que constituye el núcleo del desarrollo y la prosperidad, por ello las acciones de previsión son imprescindibles para cuando falte el vital recurso.

En nuestro medio, lo comunitario no importa a falsos líderes, políticos y politiqueros, solo sus despreciables intereses; desconocen lo que se llama prospectiva. Lo más deplorable para un país es cuando hay sequía intelectual, de honradez y patriotismo.