Promesa de político

Franklin Barriga López

Con la inscripción de candidaturas, se intensifica el ambiente electoral. Las reiteradas frustraciones, por la pésima calidad de los aspirantes a los cargos a elegir, produce  en los votantes la resolución de “votar por el menos malo”.

El gobierno de las élites, entendidas como el de los más preparados y honestos, dio paso al de los populistas, en la mayoría de casos representantes del idiotismo o, en contraste, de la viveza criolla, cuya única consigna es llegar al poder con fines inconfesables. Las  evidencias abundan en esos empantanados territorios, donde chapotean a su gusto no pocos politiqueros que, haciendo gala de conocida desvergüenza, realizan ofrecimientos que olvidan una vez que triunfan en las urnas, por ello, en nuestro medio, la promesa de político nada significa, debido a que entraña picardía.

Personajes -que sí existen-  que se preocupen y desempeñen, con responsabilidad y decencia, en bien de los intereses colectivos, son la única esperanza para nuestro vapuleado país. De allí lo imprescindible de meditar el voto ciudadano, para luego no seguir con las lamentaciones que se han  vuelto crónicas, ante las evidencias, deplorables y hasta terribles, que protagonizan líderes contaminados de impudicia.

La catedrática italiana Mariapia Pilolli asevera: “La propaganda política y los partidos que a menudo se diferencian entre sí por la originalidad y la ocurrencia del nombre se dedican a  fotografiar la realidad, proclamar obviedades, denigrar a los adversarios y prometer que, ellos sí, harán “cambios” y todo saldrá bien”.

Se refiere a la “promesa política de cambio como engaño político y quimera”, que ya lo expuso, en 1958, Giuseppe Tommasi di Lampedusa en su célebre “El Gatopardo”: la lucha entre lo moral y lo amoral, el bien y la decadencia espiritual que los demagogos, sin el menor decoro, exhiben en todo instante, con sus ofrecimientos de cambio que nada cambian.