Franklin Barriga López
El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín, acontecimiento de trascendencia universal que fue el comienzo para la terminación de la Guerra Fría, que enfrentó a dos bloques plenamente definidos por diferencias ideológicas y formas de gobierno.
Para evitar el éxodo de millones de ciudadanos que huían de la opresión totalitaria, los comunistas, en 1961, construyeron esta Muralla de la Infamia que, en 43,1 kilómetros de longitud, dividió a la capital de Alemania. Dicho país se fragmentó en dos repúblicas: La mal llamada Democrática (RDA) y la Libre, la Federal, separadas por una frontera de 111,9 kilómetros. La oriental, soportó el yugo absolutista y, la occidental, gozó de libertad, democracia y desarrollo. La reunificación alemana se produjo en 1990.
El Muro en referencia representó no solo la fragmentación del país galo sino del mundo, por la vigencia de aquellos bandos en constante pugna, protagonistas de la Guerra Fría. Un vez que colapsó la Unión de Repúblicas Soviéticas (URSS) y las 15 repúblicas que la constituían alcanzaron su independencia, entre el 11 de marzo de 1990 y el 26 de diciembre de 1991, se inauguró una nueva era para la humanidad que sigue con espeluznantes peligros que amenazan su extinción, como la guerra atómica.
Al haber transcurrido tres décadas y media del suceso histórico que representa los fracasos del comunismo, en la icónica Puerta de Brandeburgo, coronada por una cuadriga en la que va triunfante la Diosa de la Victoria, se han reunido activistas de varias latitudes del planeta para resonantes celebraciones, bajo el lema ‘Preservar la libertad’, que debe ser permanente en todo tiempo y lugar.
La caída del Muro de Berlín significa emblema de libertad, la mayor conquista de la civilización, por su contenido de bienestar, dignidad y progreso.