Ante la insolencia

Franklin Barriga López

El general Helder Fernán Giraldo Bonilla, comandante de las Fuerzas Militares de Colombia, en el aeropuerto El Dorado, Bogotá, hace meses, mientras esperaba para abordar una nave, sufrió agresión verbal.

Un ciudadano se le acercó en tono amistoso y, luego de identificarse como el mayor Zambrano, que había sido sacado del servicio activo del Ejército Nacional, comenzó a lanzarle palabras destempladas, ante lo cual el alto oficial, luego de exigirle respeto, prosiguió en su desplazamiento hasta llegar al avión que emprendió el vuelo. Poco después, un vocero del Comando General de las Fuerzas Armadas Colombianas informó que no habrá ningún pronunciamiento institucional sobre el particular, por cuanto el general Giraldo restó importancia a dicho incidente.

Esta forma de actuar del alto oficial demuestra su sólida formación, equilibrio emocional y entereza para no reaccionar violentamente ante la provocación que le hizo el atrevido que, no contento con sus desaguisados verbales, los grabó en su celular y subió a las redes sociales.

Ocupó su nivel, el general Giraldo, mientras el impertinente quedó en situación ridícula, habida cuenta, además, que podía ser sancionado, ya que en las Fuerzas Armadas irrespetar jerarquías es una de las acciones más inaceptables, que ingresa al campo de la indisciplina o la traición, así el agresor se encuentre en servicio pasivo.

En la vida civil, no faltan provocaciones de sujetos guiados por bajas pasiones –la envidia, el egoísmo o la hueca figuración-, que buscan protagonismo por cualquier medio, en ocasiones incluso emulando a ese griego que, ansioso de fama, llegó a incendiar el templo de Delfos, para dar nombre al síndrome de Eróstrato. Cuando aparecen estos comportamientos, las personas de categoría aplican lo que enseña la locución proverbial griega, después latinizada: Aquila non capit muscas (El águila no caza moscas).