Final de infarto

César Ulloa

El cinco de febrero se jugará una final de infarto en las elecciones, pese a que el paciente venía demostrando varios síntomas complicados meses atrás. En primer lugar, la composición de varias municipalidades será fragmentada, aunque en las elecciones locales es muy común que se mezcle el agua y el aceite como algo natural; sin embargo, esto se vuelve más escandaloso en Quito y Guayaquil porque, se supone, en estas dos ciudades los partidos están enraizados y aceitados como para arrejuntarse, aunque las evidencias vayan descartando esta práctica en cada elección. El socialismo convive con la derecha y la derecha con el populismo; las izquierdas se disputan entre ellas.

Estas elecciones no son emocionantes, pues los resultados podrían traer un mayor desgano y agobio, sobre todo si el ganador para la alcaldía o la prefectura no obtiene un porcentaje respetable que le garantice legitimidad y margen de maniobra. De ahí, la necesidad de que en las localidades se construyan contratos sociales que comprometan las voluntades de los ediles y demás sectores, sobre la base de proyectos comunes: combatir la delincuencia, pese a que esta competencia es del gobierno central; inversión de calidad y una importante ejecución, además de planes sociales y obra física. Menos demagogia, más trabajo.

Los resultados de las elecciones también reconfigurarán las relaciones de poder entre las localidades y el Ejecutivo, pues la virtud de las alcaldías es que trabajan de manera directa con la población, mientras que el gobierno central puede ser mirado de lejos si no activa una estrategia de acercamiento efectivo hacia la gente. ¿Qué se juega? La permanencia del socialcristianismo y de qué manera en Guayas, la hegemonía del correísmo en Manabí, la disputa por Pichincha y, sobre todo, por Quito, el predominio de Pachakutik en la sierra Centro, y las alianzas de los caciques en varias provincias. Todos calientan motores para el 2025. Parece que todo está lejos, pero el mes de enero pasó volando. Votemos para no botar como siempre.