Lejos, pero no ausentes

Fabián Cueva Jiménez

Muy de cerca hemos seguido el drama humano venezolano. Un país que ha convulsionado al mundo por el éxodo de más de 7 millones de seres humanos, con 450.000 estacionados en Ecuador en un sinnúmero de ocupaciones y profesiones. “Gente extraña” en un comienzo, nos hemos acostumbrado a tratarlos para desde allí deducir las razones de su presencia.

Venezuela, hoy es una nación que ha transformado al planeta por su oleada migratoria que ha provocado emergencias humanitarias, sus habitantes no pueden cubrir necesidades básicas: 65,7% de personas mal alimentadas, 56% desprovistos de servicios de salud, 55% por falta de saneamiento y 54,8% lejos de la educación, producto de políticas públicas mal planificadas y peor cumplidas, por enredos políticos extremos, causas directas de la inestabilidad y miseria.

Sobre el tema del deterioro educativo nos referimos en 2019, nada ha cambiado, situación calamitosa empeorada por: el desplome salarial del maestro, ausencia de mantenimiento y escasez de nuevas construcciones escolares , falta de electricidad y agua, improvisaciones curriculares que confunden, tratamiento inequitativo y descarado al personal de las instituciones según la posesión o no del “carnet de la patria”, clara demostración del chantaje político; así como,  del  envejecimiento natural de sus profesores con la consiguiente falta de interés hacia la profesión y la consiguiente desmotivación para seguir preparándose académicamente.

200.000 profesionales abandonaron su trabajo en los últimos años, unos cambiaron de profesión y otros prefirieron migrar, ausencias que no han podido ser llenadas pese a medidas adoptadas: reemplazos con bachilleres, padres de familia con cierta preparación académica y militantes del partido de gobierno, todos sin certificados de capacidad profesional; también con ensayos de “horarios mosaicos” que permiten la concurrencia de dos o tres días a la semana, según el grado, dando “oportunidad” a que se dediquen a otras actividades, para así redondear sus sueldos. En 15 años la situación será deplorable, se requerirán al menos 256.000 docentes adicionales sin tomar en cuenta las vacantes que dejarán los que se acojan a la jubilación, restringiendo con todo eso la posibilidad de mejorar la educación.

Desde Venezuela, nos han llegado testimonios con mensajes que los consideramos ciertos: a pesar de 4.000 protestas realizadas en varios años pidiendo un salario digno no nos han atendido, estamos sobreviviendo, dejando gastos propios de la familia para aportar y cubrir necesidades de aula, con tal de que el niño sienta empatía hacia nosotros y desde allí, aprendan mejor.

Estoy, en escalafón 5 nos dice otra docente, tengo 18 años de servicio y doctorado, mi salario es de 53 dólares mensuales, más un bono nada seguro por identificación política, mientras el “cesto” familiar está en $700, razón de otras ocupaciones distintas al magisterio.

Y un maestro que está lejos, pero no ausente de su patria: “No te dejé por cobarde, no estoy de vacaciones, no tengo riqueza ni familia, trabajo bastante, no te he olvidado, dejé mi casa, cambió mi vida, no pude ejercer mi profesión, tuve que comenzar de cero, sueño con volver”.

Lo relatado y analizado lleva una clara intención, advertir que lo ocurrido en Venezuela con Chávez y Maduro no puede reproducirse en Ecuador. Elijamos bien para el 2025, busquemos alguien que no piense y diga como el innombrable prófugo y sentenciado de Bélgica: “El país más cercano a la democracia es Venezuela, porque los pobres son los que mandan”.