Explotó por el lado del crimen

Ecuador se tornó asfixiante. Compromisos internacionales, la Constitución, el diseño económico, la configuración del Estado y del sistema político; una sucesión de malas elecciones engendraron un embrollo ya imposible de deshacer, piloteado a conveniencia por esnobs —juristas, economistas, “científicos”—; todos vestidos con el mismo disfraz y armados con la misma jerga.

Ya conocíamos de sobra los efectos nocivos de este sistema: empleo digno apenas para una minoría, expulsión endémica de capitales y de personas talentosas, corrupción y lavado crónicos, frenazo demográfico. Lo que no sabíamos era que ya habíamos llegado al punto en el que se podía asesinar, descuartizar e incinerar a decenas de personas; mientras policías, militares, empleados del sistema de justicia y políticos —todos ellos con buenos sueldos, jubilaciones garantizadas, viáticos cubiertos, acceso a buenos hospitales y a crédito, etc.—  permanecen paralizados, entre el miedo y las discusiones teóricas.

Luego de esto, ya todos saben que el rey está desnudo. Durante décadas, se dedicaron a construir un Ecuador diseñado por y para conspiradores, rentistas y burócratas, remedos de políticos que no son más que víboras maestras de las intrigas palaciegas. Esperaban que el resto de la población permaneciese dócil y adoctrinada, resignada a ser la servidumbre de la republiqueta pueril de Montecristi.

Como sucede siempre, es a los hombres jóvenes poco escolarizados a los que es más difícil embaucar permanentemente. Suelen tener demasiado sentido común y ambiciones demasiado corrientes como para comprar humo. Tal y como sucedió cuando Alejandro Magno reventó de un espadazo el nudo gordiano o cuando los jóvenes europeos pusieron fin en 1914 —matándose unos a otros— el sistema insostenible heredado del XIX, la masa de hombres jóvenes desocupados de Ecuador —esos hijos desarraigados de los experimentos de tecnócratas y charlatanes— están comenzando, por medio de la violencia y la barbarie, a derribar los cimientos de la mentira que les impusieron.

Esto recién empieza. Ojalá que los miembros de la clase política no caigan en la soberbia de creer que, si siguen sin hacer nada, esto no los tocará también a ellos.

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