Espejos y ventanas

Estimado lector, apreciada lectora; ustedes que son mis pares, mis iguales, que tanto ustedes como yo tenemos nuestros conocimientos y saberes, es indispensable que nos pongamos de acuerdo en una cosa importante: la comunicación no es periodismo, así como tampoco es publicidad y menos aún es sinónimo de medios.

La comunicación aún quiere erigirse como ciencia independiente de las demás ciencias sociales y por ello encontramos varias corrientes y escuelas que pugnan por declarar esa independencia de la sociología, de la psicología y hasta de las propias ciencias exactas.

Pero la comunicación es un proceso social, humano, que se extiende a las instituciones creadas y mantenidas por los seres humanos, entonces la publicidad, los medios y el periodismo son parte de ella, pero no exclusivamente son la comunicación; también está la que se encarga de lo corporativo, de lo estratégico, del desarrollo, de lo digital; es decir, tenemos un panorama amplio, tanto como lo son las actividades de hombres y mujeres en lo rural y lo urbano, en lo mediático y en lo comunitario, en lo tecnológico y en lo personal.

Con este pequeño antecedente, querido lector, estimada lectora, creo que es hora de que nos vayamos quejando frente a quienes hacen esas leyes que pretenden organizar la comunicación en el Ecuador: los unos se quejan de que es una mordaza y los otros reivindican que son derechos más cercanos a lo humano.

Ni una ni otra, queridos y estimadas: son visiones de una pelea entre poderes políticos y económicos que, lamentablemente para el país, no ven más allá de su propio reflejo. Ambos están frente a espejos, que reflejan lo que está detrás de sus espaldas, el pasado, y no ante ventanas, que les permiten ver lo que está frente a ellos, el futuro.

Ninguna propuesta de Ley de Comunicación se presenta como una ventana. Todas son espejos, que retroceden y se anquilosan en sinónimos imprecisos y que no van acordes con la cuarta revolución, la de la informática virtual y digital.

Se debe legislar para el futuro y no sancionar el pasado. Se debe proyectar el desarrollo y no cortar los accesos. Se debe pensar en cómo nos integramos a lo global y de qué manera les regulamos a los monopolios informáticos y de contenido, pero eso no es importante, pues para los lúcidos pensadores de leyes en el país, lo que importa es satisfacer a grupos para que los apoyen y así no perder su capital político.

Entonces, querido lector, estimada lectora, periodismo no es sinónimo de comunicación ni los medios son los únicos espacios de intercambio y puesta en común entre comunidades.

Para nuestros lúcidos y lúcidas asambleístas, políticos y gobernantes, es mejor pararse frente a espejos, donde la azogada superficie les impide ver el futuro de una comunicación humana, que privilegia el desarrollo de comunidades, combate el odio, anula la desinformación y privilegia el trabajo colaborativo y complementario de los opuestos.