Entrampados

Nuevamente el caos se apodera del Ecuador; el conflicto social, por muchas razones entendibles, es instrumentalizado por una violencia política irracional, impulsada por ideologías  anacrónicas, mal entendidas y peor aplicadas. El resultado: un país escindido, parcelado, sin capacidad de definir un proyecto nacional pragmático que atienda con justicia y equidad las aspiraciones de la generalidad de los ecuatorianos.

Esta geografía andina que fracciona, desde tiempos inmemoriales, a las comunidades en ella asentadas, ha marcado una tendencia perniciosa y destructiva: ese regionalismo que brota en cualquier resquicio de la relación social, cultural, económica o política para exaltar  las diferencias, por pequeñas que sean, frente a las múltiples afinidades e intereses comunes que deberían merecer atención prioritaria.

Esta historia que, lejos de desempeñar una función pedagógica que nos permita entender el presente para poder proyectar un futuro mejor para todos y todas, se empeña en destacar las páginas de explotación inmisericorde, discrimen y abandono de los pueblos originarios, pero no para corregir los desafueros y orientar justicia, sino para anunciar venganza.

Y lo peor, ideologías irreconciliables de orientación extrema, de quienes proclaman la adoración al mercado, con su propio catecismo, como guía infalible para sus políticas públicas, sin reconocer que esa devoción está conduciendo a la humanidad a un callejón sin salida, que puede significar su propia ruina; frente a “revolucionarios” armados con el  obsoleto manual del marxismo-leninismo, agravado por un mariateguismo pervertido, el que le sirvió a Abimael Guzmán para justificar su guerra racista y genocida, respaldándose en el criterio del gran filósofo marxista peruano que proclamaba: “No hay revolución mesurada, equilibrada, blanda, serena, plácida. Toda revolución tiene sus horrores”.

Pero la enorme mayoría de ecuatorianos, indígenas incluidos, no deseamos una aventura sangrienta, una guerra fratricida que, sabemos bien, dejaría heridas difíciles, si no imposibles, de sanar.  Proclamamos, la paz y la democracia, como las únicas alternativas para avanzar hacia un futuro mejor para las actuales y futuras generaciones.