En los 80 años de El Principito

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Carlos Freile

El 6 de abril de 1943 apareció la primera edición (en inglés) del famosísimo cuento de Antoine de Saint-Exupéry; cabe anotar que en contra de la voluntad del autor, quien había decidido que saliera para la Navidad de ese año, en homenaje al nacimiento de Jesús. Desde entonces se ha convertido en el libro más traducido después de la Biblia, con millones de ejemplares editados cada año.

Como todos los textos excepcionales ha provocado una auténtica avalancha de comentarios, de análisis, de interpretaciones. No es el lugar de valorar las más influyentes, sino de ofrecer al lector un punto de reflexión desde nuestra propia realidad ecuatoriana.

Cuando el Principito se encuentra con el Farolero, el único de los personajes que no le parece ridículo “tal vez porque se ocupa de algo más que de sí mismo”, añade para sí mismo: “Este es el único del que me hubiera podido hacer amigo”. Nos preguntamos si el pequeño protagonista habría tratado de entablar amistad con la mayoría de nuestros políticos o jueces o líderes populares; la respuesta cae por su propio peso: con certeza que no, pues el defecto dominante de los ecuatorianos, sobre todo de muchos que adquieren poder o nombradía, es ocuparse de ellos mismos, olvidar a los demás, sobre todo a los más necesitados de ayuda y amistad.

Como bien dice el Principito, todos los demás son ridículos, provocan risa y conmiseración; incapaces de salir de su egoísmo patológico se creen importantísimos e indispensables, para ellos todos los demás son súbditos, admiradores, dependientes, cosas, no personas con las cuales tener una relación constructiva de servicio a través del cumplimiento del propio deber.

En el transcurso de su viaje el Principito llega a la Tierra y en su encuentro con el Zorro este le enseña: “El tiempo que perdiste con tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”. ¿Cuánto tiempo ‘pierden’ los asambleístas, los jueces, los líderes, con los ecuatorianos de a pie a quienes deben servir? Por eso los ecuatorianos no son importantes para los políticos, porque no hacen nada por ellos, ni siquiera cumplen con sus deberes mínimos.

Si algún día el Principito regresara a la Tierra, como anhelaba Saint-Exupéry, con toda certeza no escogería a nuestro país como destino, pues la inmensa mayoría solo se preocupa de sí misma y evita a todo trance cumplir con su deber.