Emociones a cultivar

En estos días hay una atmósfera espiritual, rebosante de emociones contemplativas sobre la cruz de Cristo, distintivo de esperanza para todos los que acogen con fe esta mística en su vida, pero también para aquellos que la rechazan; puesto que la vida ahí está, entre nosotros, y no podemos repeler la sensación entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte. Desde luego, son estas realidades sobrenaturales las que nos hacen repensar sobre nuestros andares; máxime en un momento como el actual.

Frente a ese mundo generoso que se expone al peligro para curar esta pandemia o para garantizar los servicios esenciales a la sociedad, está ese otro que vive en soledad, con su propio calvario, recluido en su pensamiento, muchos de ellos desconsolados, con apuros económicos, inquietos por el trabajo y el futuro. Sin duda, es un momento complejo para todos; pero hermanados, por muy aislados que estemos, nos sentiremos mejor.

Es público y notorio, que lo importante es la fortaleza de nuestro interior, con firmes convicciones y seguro anhelo, manteniendo relaciones respetuosas entre sí. Ciertamente, por muy variadas que sean las situaciones, todos nos merecemos una escucha atenta y una mano tendida en cualquier momento existencial.

Los creyentes saben que Jesús sube a la cruz para acompañar nuestro dolor. Son muchas nuestras flaquezas, pero siempre surge esa vía emocional que nos restaura para cambiar el rumbo y hacer las paces. Por desgracia, hemos invertido demasiado tiempo en contiendas inútiles, en sembrar odio por doquier y es el momento de actuar desde el sentimiento y con coraje.

Quizás, para empezar, tengamos que convencernos de que nadie puede valerse por sí mismo. Nos conviene, por tanto, salir cuanto antes de esta cultura hipócrita. No es humano proseguir lavándose las manos ante las injusticias y no acoger a los rechazados.

Será bueno que, al fin, nos descubriéramos queridos. Seguramente tendríamos otros caminos con menos vicios. Tampoco nos oiríamos tan vacíos. Sólo el buen hacer del corazón nos muestra la auténtica orientación. Hemos de reencontrarnos, pues, con esa dimensión más profunda del alma.

Dejemos que nuestra conciencia nos interrogue y también nos responda a como corresponde, con la quietud de observarse amado, formando parte de ese poema interminable que requiere de los latidos conjuntos de toda esencia. Al fin y al cabo, son estas pequeñas emociones reparadoras las que nos engrandecen por dentro, traduciéndose en obras concretas.

* Escritor español

[email protected]