Emilio Palacio
Una de las mayores fortalezas del pueblo ecuatoriano es su extraordinario sentido del humor político. Don Evaristo Corral y Chancleta, los Picapiedras, Bonil, Tomás del Pelo, el Pájaro Febres Cordero, el Miche… son nombres que serán recordados como grandes entre los grandes por su extraordinaria creatividad y el coraje de llamar a las cosas por su nombre.
La buena noticia es que ese talento no se ha perdido. Desde hace un tiempo viene emergiendo una nueva generación de comediantes. Uno de los más valiosos es Víctor Arauz, un actor de primerísimo nivel. Todavía recuerdo su interpretación de Jaime Nebot, suspirando como Pimpinella, que es de antología.
Lamentablemente también está la mala noticia, y es que esta nueva generación de comediantes no se hizo como Don Evaristo Corral en las tablas, ni como los Picapiedras en la prensa escrita, sino en la televisión, donde lo que se suele medir no es la creatividad sino el rating, y donde impera el temor de no pelearse con los políticos peligrosos por diferentes razones.
La consecuencia es que la televisión le deja al artista del humor sólo dos alternativas: pelea por su independencia o diluye la vena crítica de su mensaje.
El caso más llamativo es el del ‘After’, donde colabora Arauz, y donde alguien impuso el guión de que “yo no apoyo ni a Correa ni a Noboa” porque “los dos son lo mismo”.
No me entiendan mal, no me quejo de que se critique a los dos bandos: todo lo contrario, eso es lo que esperamos del buen humorista político, que no deje títere con cabeza y que no se encorve ante nadie.
Lo que ocurre es que la crítica política siempre es relativa a algo. La crítica al dictador es relativa a sus ambiciones ilimitadas; mientras que la crítica al presidente que se compromete con la democracia es relativa a su deber de defender la libertad.
Desde que regresamos a la democracia, en 1979, la prensa seria criticó a todos los presidentes porque todos, unos más, otros menos, ocasionalmente fallaron en su tarea de respetar el debido proceso, la independencia de poderes y la libertad de expresión. Pero con Correa el escenario cambió. A Correa no lo criticamos porque se “excedió”, ni porque se “equivocó”, sino por sus crímenes monstruosos, que ni Borja, ni Febres-Cordero, ni Hurtado, ni Durán-Ballén se atrevieron siquiera a imaginar.
En los próximos meses nuestros mejores comediantes y periodistas deberán recordar esta diferencia fundamental, porque el presidente reelecto enfrentará decisiones muy difíciles.
¿Sería legítimo por ejemplo que el presidente negocie el reparto de las autoridades de la Asamblea Nacional con el correísmo, el PSC y Pachakutik; o debe ir más allá y negociar un programa de gobierno?
Y también: ¿Qué sería más beneficioso para Ecuador: que el presidente se alinee con Estados Unidos contra China, o con China contra Estados Unidos, o que mantenga un delicado equilibrio entre los dos?
Para hallar la respuesta acertada a dilemas como estos, Daniel Noboa tendrá que transitar por un camino plagado de errores porque son asuntos muy complejos; así que tendremos que ayudarlo, felicitándolo cuando acierte y criticándolo cuando se equivoque, pero sin hacerle el juego a las mafias con actitudes como la de defender al pobrecito alcalde de Quito de “un grupo” de malvados “Noboa lovers”; o la de propalar de manera vergonzante las criticas del correísmo al presidente por llevar a sus hijos y su esposa a Disney World para agradecerles por su apoyo (sin mencionar que el acompañante de Arauz se largó a Bogotá y Cartagena de Indias a jugar a las tortitas de manteca, justo en medio de la pelea contra el correísmo, porque prefirió embolsicarse una jugosa propina en dólares).