Emilio Palacio
Quiero contarle una historia, señor Presidente, una historia muy triste.
Cuando yo llegué a Miami, hace doce años, el cónsul de entonces era un correísta de armas tomar que me atacó a golpes en el Aeropuerto Internacional por el “delito” de tomarle unas fotos a la entonces primera dama. Como yo ya conocía lo que es el correísmo, no me sorprendió.
Luego pasaron por el consulado otros funcionarios que prefirieron mantener un perfil bajo; hasta que llegaron Leticia Baquerizo y Mario Fiorentino, que durante un tiempo trabajaron juntos.
Los dos se destacaron por su ayuda incansable a la comunidad, peleando contra un presupuesto exiguo que no alcanza para contratar a una persona que conteste el teléfono, ni para agilitar el trámite de cédulas y pasaportes. Aun así, sobreponiéndose a la falta de recursos, lograron algunas mejoras.
Un buen día lo llamaron a Fiorentino para decirle que arme sus maletas porque “ellos” (es decir la burocracia) ya no lo necesitaban. Ahora me entero de que quieren hacer lo mismo con la señora Baquerizo.
Antes de que se instale en Miami, yo no fui amigo, ni conocí, ni saludé a la señora Baquerizo; pero a partir de ese momento comprobé que su interés en el diálogo con la comunidad era legítimo; que escuchó todas las quejas (aun sabiendo que muchas no las podría resolver por falta de apoyo); que colaboró con Proecuador en la promoción de empresarios que buscan oportunidades en Estados Unidos; y que respaldó las iniciativas de la comunidad.
Hace unos meses alguien fabricó una denuncia contra Fiorentino y la señora Baquerizo sobre un cheque robado. Investigué la acusación y llegué a la conclusión de que era absolutamente falsa, como demostré con documentos que publiqué en la revista Iguana Libertad.
En ese momento sospeché que alguien quería tomarse el consulado de Miami, pero como se les había derrumbado la maniobra, iban a esperar. Ahora veo que mi sospecha era cierta.
Mis fuentes me informan que el cambio de cónsul le va a costar al país unos 60.000 dólares en pasajes y gastos de instalación. Ojalá que algún funcionario confirme si ese dato es exacto, aunque lo que me incomoda no es el dinero (que alcanzaría para contratar durante un año a un migrante que conteste el teléfono) sino el mensaje que alguien nos quiere transmitir y que yo lo resumiría así: “Lo que piensen los migrantes de la Florida nos importa un comino”.