Buenos días, señor Presidente ¿Patipendejo o patisabido?

Emilio Palacio

Yo he conocido muchísimos políticos pendejos, señor Presidente, pero Jorge Glass se ganó las medallas de oro, plata y bronce en el concurso del político más pendejo de nuestra Historia.

Fíjese cómo será, que Glass dejó que Correa le vea la cara de pendejo cuando le creyó que debía irse a la cárcel, porque supuestamente sus camaradas no descansarían hasta “liberar” de la mazmorra al “mártir” de la revolución correísta.

Sólo que sus camaradas se cansaron de defenderlo y se dedicaron a otra cosa, al punto que ahora ni siquiera lo van a visitar.

Eso incluye al mismísimo Ricardo Patiño, que regresó al país sin que nadie lo haya visto todavía por La Roca.

Claro que a lo mejor sí fue, sólo que la prensa no se enteró. Pero eso sería peor, porque significaría que fue a la cárcel en secreto, para que nadie se entere, no sea que lo fotografíen del brazo de uno de los más pillos de los pillos.

Al gran pendejo de Glass también lo hicieron comerse el cuento de que un juez corrupto estaba a punto de liberarlo; que ya mismito saldría el habeas corpus; o que un avión mexicano vendría a liberarlo. Nada de nada. Allí sigue el pobrecito, pudriéndose en la cárcel, envejecido, deprimido, “solo, fané y descangayado”, como dice el tango de Gardel.

En cambio, fíjese en Patiño, ese sí que no tiene ni un pelo de pendejo. Apenas olió el peligro, “Patitas, pa’ qué os quiero”; se largó a México, donde se quedó esperando, pero no hasta que la Corte Interamericana de Justicia lo exonere (porque eso no ocurriría ni en sueños) sino hasta que prescribió el delito que cometió.

Algo así como: “¡Sí, es verdad, yo soy un delincuente! Pero como el delito prescribió, aquí me tienen a ver qué otra pillería me ofrecen”.

Y es que Patiño será cualquier cosa, el de los pativideos, el de la pativalija, pero patipendejo no es.

En lo que sí se parece a Glass, como dos gotas de agua estancada, es en la rabia que provocan donde van, y por eso tampoco se lo ha visto caminando solo por las calles de Quito o de Guayaquil, no sea que alguien lo reconozca.

¿Cuál es mi conclusión, señor Presidente? Que el pueblo ecuatoriano no quiere políticos pendejos ni políticos sabidos, así que quédese tranquilo, porque no hay ninguna posibilidad de que la pendeja más sabida de todas le haga calor en las próximas elecciones.