Buenos días, señor Presidente. Alfaro no será candidato

Emilio Palacio

Usted seguramente no recordará la ocasión en que Ecuavisa le preguntó a los televidentes quién fue el mejor presidente del Ecuador. La mayoría contestó: Eloy Alfaro.

Lo recordé el miércoles pasado, cuando conmemoramos un nuevo 5 de junio, la fecha símbolo de la Revolución Liberal; y al mismo tiempo, por casualidad, los noticiarios nos anunciaron que al nuevo presidente lo tendremos que elegir entre una media docena de candidatos, incluyéndolo por supuesto a usted.

Ecuavisa no preguntó por qué Alfaro fue un buen presidente; pero estoy seguro de que no fue porque construyó hospitales, o caminos, o puentes.

Si vamos a esas, Velasco Ibarra y Camilo Ponce le ganaron de largo a Alfaro en el concurso de construir obra pública, y sin embargo muy pocos los recuerdan.

Lo mismo le ocurrirá a Correa: construyó carreteras, repartió dinero entre los pobres y le compró la paz a los narcos, pero fueron soluciones momentáneas, que duraron mientras hubo dinero, y después se fueron al carajo, motivo por el cual el único recuerdo que dejará en los libros de historia el prófugo de Bélgica es que fue un pillo de siete suelas.

Lo grande de Alfaro no fueron las obras materiales sino los cambios radicales que introdujo en la estructura económica y social del país, con la construcción del ferrocarril, que unió por primera vez la Sierra con la Costa, y con la separación de la Iglesia y el Estado, que erradicó el uso demagógico de la religión para hacer política.

¿En las próximas elecciones habrá algún candidato dispuesto a tomar medidas del mismo calibre? ¿Y cuáles serían esas medidas alternativas?

La más importante sería arrancarle a las mafias de ladrones y delincuentes el botín del Estado; y la única manera de conseguirlo será impidiéndoles el acceso a la actividad petrolera, a la electricidad y a la seguridad social, como mínimo.

– Que a los gerentes de Petroecuador no los escoja el presidente de la República sino una empresa internacional experta en reclutar gerentes, que de esas hay muchas y de gran prestigio.

– Que desde el primer año el rendimiento de esos gerentes no se mida por la forma en que sonríen, ni por los buenos discursos que den, sino por la exactitud de sus balances y el saldo final de pérdidas y ganancias.

Me van a decir que eso sería “privatizar” el IESS o Petroecuador, pero no es lo que propongo. Después de la experiencia de Correa y de Glas, a mí no me parecería mala idea vender Petroecuador, pero estoy consciente de que el país no lo permitiría.

Sin embargo, el Banco del Pacífico no es un banco privado, sigue siendo un banco estatal, sólo que los presidentes de turno ya no le meten la mano porque su gerente no responde a la voluntad de los políticos sino al compromiso de generar utilidades.

Consideremos lo que eso significaría para el IESS: no habría que cambiar la edad de la jubilación, ni el monto de las pensiones. Con sólo ponerle fin a la corrupción se obtendrían muy buenos resultados. Eso sí, habría que deshacerse del personal innecesario, porque antes que un supuesto derecho a la estabilidad vitalicia de unos pocos está el beneficio de los afiliados y pensionistas.

¿Se atreverá usted a presentar una propuesta de este calibre, completamente diferente quizás, pero eso sí, de la misma magnitud, que le dé la vuelta por completo a la estructura económica del Estado? ¿Habrá algún otro candidato que sí lo haga? ¿O volverán a ofrecer lo mismo que nos vienen ofreciendo desde hace medio siglo?

Veremos.