El voto

Rodrigo Santillán Peralbo

Este país vive una democracia de muchas mentiras y pocas verdades que confunden a los pueblos. Suelen afirmar que, al obligar a emitir un voto en los procesos electorales, organizados por los sectores que usufructúan del poder, en sus diversos niveles, es democracia, cuando en verdad, es el sistema del engaño el que se reinventa en cada proceso. 

El voto ciudadano es un derecho, pero también es un deber, una obligación que debería servir para cambiar o mejorar sustancialmente el sistema, y sería de vital importancia si fuera un voto razonado que surja del análisis, del conocimiento y la decisión de elegir, previo pleno conocimiento del candidato o candidata que esté dispuesto a servir a sus electores con inmensas necesidades, casi siempre insatisfechas, muy a pesar de las ofertas en tiempos de campaña electoral.

Sería fundamental el voto en cada elección, si la persona elegida en realidad representara al pueblo, para con sus actuaciones procurar elevar el nivel de vida de la comunidad a través de una sana economía o con la apertura de fuentes de trabajo, con la dotación de vivienda a los sectores más necesitados, con mejoras sustanciales en los procesos educacionales, en los servicios médicos y la supresión de la violencia en todas sus formas.

Si el ciudadano piensa en objetivos superiores, analizará con frialdad a los candidatos y sus propuestas, pero sustancialmente a sus ideologías, sus partidos y movimientos políticos. Nada es más peligroso que consignar el voto por simpatías y carisma.

El voto es un derecho y un deber que abre la posibilidad de elegir para proyectar el futuro de la familia, la colectividad y el país en general, porque ese derecho siembra esperanzas por las que se debe luchar en cada día de la existencia que no merece el engaño.