El sistema volvió a ganar

Daniel Márquez Soares

Uno tras otro, todos los presidentes que intenten gobernar sometidos a la Constitución de Montecristi —a menos que sean el expresidente Rafael Correa— terminarán frustrados, consumidos y derrotados. Ya le pasó a Lenín Moreno y ahora le está pasando a Guillermo Lasso.

Todo está cuidadosamente edificado para que todo aquel que no comulgue con el proyecto correísta no pueda gobernar. El Código de la Democracia vigente se encargó de cooptar y debilitar a todos los partidos; en medio de una colección de movimientos insignificantes, reina el correísmo, aún vigoroso tras haber gozado de años de nutrición privilegiada. La ley actual, además, es el más eficaz anticonceptivo al momento de prevenir el nacimiento de cualquier partido decente.

Luego está el descalabro de los cinco poderes y demás inventos que nos legaron los ‘genios’ asambleístas constituyentes de Montecristi. No hay talento que pueda evitar que suceda lo que esté momento le está sucediendo a Guillermo Lasso: una pugna generalizada de poderes, una Justicia fuera de control, un Consejo de Participación Ciudadana y Control Social anquilosado, una Asamblea tan inútil como saboteadora y un Consejo Nacional Electoral cuya única función es, justamente, permanecer impotente ante este desastre que insistimos en llamar ‘democracia’.

A todo eso se le debe sumar un ejército de burócratas —seleccionado y formado por el correísmo— y una población cuidadosamente adoctrinada durante décadas, por medio de un sistema de educación manoseado hasta la saciedad y un insuperable aparataje de propaganda. Aunque cueste creerlo, todos esos burócratas —desde en las áreas más sosas hasta en las más importantes, como salud o servicios básicos— que deliberadamente torpedean todo esfuerzo y tratan mal a la gente, esos jueces que liberan a delincuentes, esos jóvenes destructores que aparecen en cada protesta o esos profesores perpetuadores de pobreza no son necesariamente gente incompetente, corrupta o malvada; muchos de ellos son, simplemente, peones convencidos que están cumpliendo abnegadamente su papel en ‘el proyecto’.

Y como si eso no fuera suficiente, también tenemos que vérnosla con una Corte Constitucional genuinamente demoníaca y un sistema interamericano de ‘derechos humanos’. Ambas instancias se encargan de darle a la agobiante parálisis estatal que enfrentamos un barniz de legalidad, pureza y sofisticación intelectual, cuando en el fondo son los más perversos garantes de la perpetuidad del sofocante sistema.

Bajo estas reglas, ganar elecciones es difícil y gobernar imposible. Mientras el pueblo ecuatoriano no se deshaga de la Constitución de Montecristi —sea por medio de una asamblea constituyente o de mecanismos más drásticos— y la trate como el cóctel tóxico y contagioso de ideas que es, estaremos condenados a ser gobernados por Rafael Correa y su gente. Y ya sabemos cómo gobiernan ellos.