El resquebrajado orden mundial

Por Daniel Márquez Soares

El sistema actual busca convencer a los ciudadanos de que existe una suerte de orden natural —racional y pacífico— en la civilización humana, y que cualquier manifestación de violencia o inconformidad ante él constituye una anomalía. Se supone que lo “normal” es la libre cooperación y la paz, y que siempre revertimos a ello. Esto no es más que una mentira.

No es que el orden permanente se ve perturbado por el conflicto.  Al contrario, de una gran conflagración surge un vencedor y este vencedor impone un orden que, simplemente, refleja sus creencias y valores. Luego, lo mantiene por medio de la fuerza y del adoctrinamiento. Estados Unidos impuso un orden en una parte del mundo en 1945 y, desde 1991, ha intentado hacer lo mismo, con un triunfalismo frenético, a nivel global. Dicho orden promulga diversos valores, pero dada la situación actual vale la pena destacar dos de ellos: la aversión a la agresión física y el comercio como fuente de prosperidad.

Ante la invasión rusa, Occidente no ha optado por represalias militares, sino apenas por comerciales, financieras y aprovisionamiento de armas. En la lógica absurda del sistema —arbitrario como todos— agredir a otra nación a tiros y bombazos es intolerable, pero regalarles armas a los enemigos que están combatiendo contra ella, confiscarle recursos o impedirle comercial en el momento de máxima necesidad como un conflicto bélico, ¡es totalmente aceptable!

¿De dónde viene esta hipocresía, que llama la atención de toda persona con algo sentido común y de experiencia lidiando con la violencia? Del hecho de que el comercio no es en absoluto libre, como nos quieren hacer creer; las rutas comerciales, las redes de comunicación, la moneda y el sistema financiero —es decir, la plataforma en la que se desenvuelve el comercio— tienen dueño. Esos amos del sistema no necesitan la violencia para imponer su voluntad y castigar a los parias, sino que les basta el control de esa plataforma, que solo ellos tienen. Por ello aborrecen la violencia —lo que en verdad amenazaría su poder— y presentan como lícitos esos procederes que, aunque hipócritas, resultan igualmente letales.

Conforme otras naciones crecen económicamente, y la población de Occidente se encoge y envejece, ese orden retorcido despierta cada vez más inconformidad. Es dentro de ese contexto que debe verse el proceder de Vladímir Putin.