La gente lamentablemente tiende a ser escéptica ante investigadores informados cuyos estudios a la larga se tornan realidades. El profesor Toynbee explica en su historia de las civilizaciones cómo el desplazamiento del poder planetario se mueve de oriente a occidente; el historiador británico Paul Kennedy sugiere el ocaso del actual imperio.
La conmemoración de los 100 años del Partido Comunista Chino exhibió un tremendo despliegue escénico, sugiriendo el inicio de la llegada de un nuevo imperio. A pesar de que muchos no lo acepten, los hechos se suman y concretan.
La apreciación de Occidente sobre el pueblo chino fue equivocada. Se basaba en prejuicios que nada tienen que ver con su cultura, disciplina y capacidad de trabajo que le han permitido emerger como una poderosa nación moderna.
El periodista español Lluís Bassets, sostiene que el centenario del partido sirvió para mostrar que “China se convertirá en la primera superpotencia, incluso en el plano militar, y someterá a los países asiáticos a su propia doctrina Monroe (…) Xi Jinping quiere seguir su camino”, dice. Su experiencia como corresponsal le permite analizar los acontecimientos; concluye en que “el maoísmo entronca con el confucionismo y su dictadura de partido con el mandarinato imperial, las dos reliquias milenarias que Xi Jinping ha prometido rejuvenecer”.
Hace 30 años, al retorno de ese país, publiqué mi visión de lo que sería China. Describí el potencial que percibí en esa gente de tradición y disciplina, así como la dura experiencia de sus guerras, visión que parece concretarse en el hecho de que América Latina empieza a entender y deberá preparar muy buenas estrategias para salir bien librada o al menos lograr una relación armónica y útil. Los países latinos deben desarrollar valoraciones prácticas que les permitan alcanzar algún peso en las relaciones y negocios que traerá el futuro.