El infierno de Darién

Franklin Barriga López

La Cruz Roja Internacional ha seleccionado al remoto pueblo panameño de El Real de Santa María para acoger los restos de migrantes que mueren en su intento de atravesar, desde Sudamérica, la jungla de Darién, para proseguir en su anhelo de llegar a Estados Unidos.

Para tal fin y como proyecto piloto, en el cementerio municipal del villorrio mencionado, ha construido  un módulo humanitario de cien nichos para el resguardo de los cadáveres de quienes perecen en la peligrosa aventura y cuya identidad no puede ser establecida (antes eran enterrados en fosas comunes). Esta iniciativa brotó debido a la cantidad de personas que fallecen en búsqueda de una vida mejor y a los que no les importa los riegos para lanzarse  al recorrido, en ocasiones mortal o que deja estigmas de difícil curación, ya que los peligros son numerosos, tanto por la intrincada e insana geografía (enfermedades tropicales, ríos caudalosos, vegetación tupida, clima inhóspito, animales voraces como cocodrilos o serpientes venenosas), como por la existencia de grupos de irregulares armados y más forajidos, como los traficantes de personas, duchos en engaños y abusos de toda índole.

No es de extrañarse, por tanto, que en ese medio, aparezcan cuerpos abandonados y en putrefacción de quienes no pudieron avanzar y murieron en el frustrado propósito, que costó miles de dólares que fueron a manos de mafias que operan a sus anchas en el sector de aproximadamente 100 kilómetros, en el límite entre Colombia y Panamá.

Según recientes estadísticas, la cantidad de migrantes que se desplazan por la zona de Darién, considerada como un infierno, ha aumentado y va creciendo: se la ubicó en 10 mil por año, en el 2022 subió a 248 mil, siendo más numerosas, en este orden, las personas procedentes de Haití, Venezuela y Ecuador. ¿Estará tan mal la situación en nuestro país para que se produzca lo indicado?