El Guangüiltagua

En Ecuador, como en muchos países, en las zonas urbanas, sobre todo en las grandes ciudades, sentimos la falta de espacios verdes, de parques en los que las personas puedan disfrutar de esparcimiento, solaz, recrearse y apreciar la naturaleza, respirar aire puro, compartir la belleza de las especies vegetales y, en ocasiones, también de la fauna que puede cohabitar estos sectores.

Quito, nuestra capital, sufre también de un desbalance entre las zonas densamente pobladas y los parques. La concentración de vehículos hace también que la polución ambiental se acentúe, con el perjuicio consiguiente que esto trae a los ciudadanos; por ello la necesidad de mantener esos espacios verdes, cuidarlos y destinarlos para el uso compartido de los pobladores de las ciudades.

Precisamente uno de aquellos espacios que debemos preservar es el denominado Parque Metropolitano, conocido también como el parque Guangüiltagua, con una extensión de 571 hectáreas, que es considerado como uno de los principales pulmones de la ciudad; es un parque icónico que sirve de lugar de esparcimiento a quiteños y habitantes de todos los sectores de la ciudad. Allí la gente camina, hace ejercicios, deportes y un sinfín de actividades afines a un espacio abierto.

Sin embargo, este parque ha sido objeto de polémica en los últimos días. Se ha visto aguzada una situación conflictiva por la pretendida acción de una comuna indígena, que argumenta tener derechos ancestrales sobre una parte de este territorio; lo hace de una manera beligerante, exigiendo derechos que no están legitimados, y que pondría en peligro un ecosistema especial como el que el aludido parque representa.

Si es que se hiciera caso a pretensiones como la enunciada, prácticamente todos los territorios de todo el mundo podrían ser reclamados por las comunidades originarias. Se establecería un sistema absurdo de dominio de la tierra, en aras de derechos que no han sido consagrados por ninguna legislación, peor aún en tiempos en que lo generalizado son los procesos de mestizaje, según los cuales todos tenemos porcentajes de sangre que nos harían, en teoría, también herederos de los territorios.

La cordura debe imperar, sobre todo teniendo en cuenta el bien común, los derechos de la mayoría —en este caso los de una urbe, como la capital de los ecuatorianos, que tiene derecho a gozar de espacios adecuados y de preservar este ecosistema estratégico para una ciudad en constante crecimiento—.