El gobernante perfecto

Ciertas críticas al presidente de la república expresan de manera inconsciente el deseo de tener un gobernante perfecto, sin tacha. A menos que oculten el cinismo de denigrarlo para pescar en río revuelto. Pero concedamos que se busque los niveles más altos en eficiencia, en un acto irresponsable de alcanzar una utopía aquí en la tierra. En este mundo nunca alcanzaremos las metas más altas posibles, pues padecemos de la finitud propia de la creatura.

Por esta razón, lo racional es aceptar los errores y falencias del presidente y su equipo. Equivocarse algunas veces cae dentro de la normalidad; solo los imbéciles pueden exigir la total y permanente ausencia de errores. Los imbéciles y los perversos, sabedores ellos de sus propias limitaciones y de sus estruendosas caídas. Exigir la perfección no solo es malévolo sino peligroso: detrás de esa pretensión siempre se esconde la convicción de que las propias ideas son las correctas, las únicas viables; el que reclama perfeccionismos suele ponerse si no como modelo, sí como guía por el único camino que, vieja proclama tramposa, conduce a la felicidad.

Nada en este mundo puede ser perfecto, ningún político lo ha sido, ni lo es, ni lo será. Los ecuatorianos debemos enfrentar nuestra realidad sin engañarnos y partir de ese viejo axioma, enseñado por los sabios maestros de antaño: “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Exigirle al presidente que en un dos por tres solucione los ingentes problemas nacionales no solo cae en la injusticia, sino en la maldad y en la estupidez. Permitamos que se equivoque, sobre todo porque podemos constatar con hidalguía y sensatez que lo está haciendo bien en la conducción general del Estado sumido en una crisis heredada de quienes, muchos de ellos, son los responsables.

Parodiando un lastimero grito populista de hace unos años: “¡Déjenlo gobernar!”. Ya es hora de dejar de lado las utopías estériles de paraísos en este mundo para enfrentar la simple y diaria realidad: falta de empleo, pobreza, deuda pública, inseguridad. Si no lo dejan gobernar nunca alcanzará la meta.