El Ecuador del consenso

Durante la segunda vuelta electoral, vimos nacer la idea del ‘Ecuador del encuentro’. Esta idea venía rodeada de paz y esperanza. Implicaba un compromiso de liderazgo y de poner todas las herramientas a disposición para lograr puntos de encuentro.

No obstante, la idea de encuentro es etérea, y en el mundo real no llega a ser suficiente. Lo hemos visto ya: la apertura existe, los diálogos se han dado, pero encontrarse en un mismo lugar no implica que habrá un resultado. Lo que realmente necesita el país para salir adelante es que estos encuentros se materialicen en verdaderos consensos.

Hoy estamos más cerca del conflicto que del consenso. Las ideas de muerte cruzada o de consulta popular incluso, saltándose los procesos ordinarios establecidos para aprobar una ley, no le hacen bien a la institucionalidad del país. De la misma forma, los llamados a la destitución del presidente sin causales probadas vulneran nuestra democracia. Y ambos alejan cualquier posibilidad de acuerdo.

El país está sumido en una de las peores crisis de su historia, sin poder asimilar aún el impacto total de la pandemia. En este contexto, sumergirse en el conflicto es un gran error, puesto que se convertiría en el mayor obstáculo para atender, con la urgencia y el enfoque que se requiere, los graves problemas del país. Ahora, más que nunca, el tiempo, la atención y los recursos son limitados, y la paciencia del electorado también: vemos como el capital político se desgasta, sin ni siquiera haber iniciado las reformas estructurales propuestas.

La mayoría del país votó por un líder que prometió ayudar a sanar las divisiones sembradas hace más de una década y unir a las distintas facciones para trabajar en soluciones conjuntas. Podría parecer injusto endosar toda esta responsabilidad al presidente y a su gobierno, especialmente cuando otros no parecen dar su brazo a torcer, pero eso fue parte del compromiso adquirido. Todavía están a tiempo de cumplirlo.